Tras seis largos meses de espera desde que salió “Nocturnal”, con una mini gira acústica entre medias, por fin el público madrileño pudo asistir al nuevo directo de la pareja zaragozana, un pretendido espectáculo cósmico con muchos dientes de sierra…
Como si hubieran tocado techo en aquella inolvidable gira de “Gato negro, Dragón rojo” (en nuestra opinión su mejor disco con mucha diferencia) que quedó magistralmente reflejada en el directo “La barrera del sonido”(09), desde que ingresaron en el complicado mundo de la independencia (y la autoproducción), a Juan Aguirre y Eva Amaral les cuesta dar con la tecla en directo, facturando aquelarres con demasiada adrenalina o espectáculos de diseño (un tanto vacío) para un público de clase media (entregado de antemano) que no se entera demasiado de qué va la vaina en algunos tramos del show. Si a eso unimos que lo mejor de su repertorio se lo dejan en el tintero, cualquier lector avispado puede sacar sus propias conclusiones.
Desconocemos si es una razón de royalties o no, la que les conduce al abismo de obviar la mayor parte de las canciones que les condujeron al olimpo del pop español, bien sea porque ahora se las quieran dar de independientes o novísimos, o simplemente porque tienen demasiada fe en las composiciones de su nuevo trabajo “Nocturnal”, unas tonadas resultonas (unas más que otras) pero que no pueden aguantar la prueba del algodón con perlas como “Tarde de domingo rara”, “Rock&Roll”, “El blues de la generación perdida”, “Las chicas de mi barrio”, “Perdóname”, “La barrera del sonido” o “No soy como tú” (por citar solo una pocas) ni siquiera con las estupendas “Antártida” o “Riazor” (de su anterior plástico “Hacia lo salvaje”) que incomprensiblemente son ninguneadas en esta gira.
Envueltos bajo las estrellas de un cielo cósmico protector, sobre la constelación “Nocturnal”, se presentaron en el Barclaycard Center (Palacio de los Deportes) en su aforo de medio tamaño (8.000 personas) desgranando de inicio la moraleja del asunto “Unas veces se gana y otras se pierde”, para probar sonido, en un arranque muy potente: “Revolución”, “Kamikaze”, “Salir corriendo” y “No se que hacer con mi vida” pusieron al respetable a cien, antes de la primera pausa con “Siento que te extraño” y “Nocturnal”.
Bien arropados por músicos profesionales como Tomás Virgós a los teclados y programación, Ricardo Esteban al bajo, y Toni Toledo a la batería, volvieron a la senda ascendente con “El universo sobre mi”, “500 vidas” y “Estrella de mar”, antes de perderse en los vericuetos de esa “Noche de cuchillos”, como feroz crítica a lo que está sucediendo en Siria o la devastación que Occidente ha propiciado en Irak, algo que reflejado en los rostros risueños de la concurrencia causaba extrañeza y un cierto estupor, pues parece que el público (atontado en una velada festiva) difícilmente alcanzaba a comprender el mensaje. “La ciudad maldita” continuó por esa senda del claroscuro, sensación de dientes de sierra en un concierto con muchos altibajos. “Hoy es el principio del final” antes de que asomen “Marta, Sebas, Guille y los demás” sin la fuerza de antaño, esperando a “Cuando suba la marea”.
Parece como si este repertorio contuviera mucha “Chatarra”, dura sensación de resaca que proporciona esa combinación de “Días de verano” entre noches etílicas, y vacuo postureo entre el personal, con ese “Cazador” perdido entre gorgoritos y jadeos, los curiosos “Laberintos” de un encuentro que sube y baja, como si de una noria se tratara. Acostumbrados a otros recorridos, la noche se nos hizo extraña. “Nadie nos recordará”. Nunca mejor dicho. Vendrán tiempos mejores, seguro.