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Los reyes del metal rinden tributo a Obús en el Wizink Center

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Con mucho frío y toneladas de paciencia, miles de fans de Metallica desfilaron ayer por el recorrido vallado del control de accesos del Wizink Center, especialmente minucioso para la visita de los Four Horsemen.

Para disfrutar del concierto había que llevar la entrada en la mano, pero también el DNI para verificar su validez nominal. Un engorro menor comparado con el problemón de la reventa al que pretende poner coto. Eso sí, lo de la paciencia va muy en serio si uno tiene entrada de pista y quiere coger buen sitio, pues Metallica arrancaron a las nueve de anoche y las puertas empezaron a abrirse… cuatro horas y media antes. Además, algún metalero de libro se llevó un buen chasco cuando se enteró de que estaba prohibido acceder con chupa con tachuelas, para prevenir males mayores en los «pogos». Malos tiempos para la lírica heavy.

Así, ayer hubo cientos de personas que echaron la tarde dentro del recinto esperando la llegada de los californianos, tirándose «selfies» haciendo el signo de los cuernos y sacando la lengua, bebiendo cerveza y ojeando los puestos de merchandising. Pero a las ocho empezó la caña con Kvelertak, una banda cuya elección por parte de Metallica supone toda una declaración de intenciones. La música de los suecos es compacta,densa y dura, una experiencia no apta para aficionados, y casi casi, un riesgo para el protagonismo de la banda que los contrate como teloneros. Pero no nos engañemos. Metallica son Metallica.
El enorme ring instalado en el centro de la pista recibió a los reyes del metal con algunos minutos de retraso, pero en cuanto sonó «The Ecstasy of Gold» de Enio Morricone (que siempre abre sus conciertos) el público comenzó a corear al unísono y una sensación de victoria se apoderó del recinto.
El chupinazo

Esa sensación, sin embargo, se fue apagando poco a poco con los primeros compases de «Hardwired», que a pesar de sonar pétrea y milimetrada, no acababa de llenar el viejo Palacio de Deportes. «Atlas & Rise», otro tema de su último disco «Hardwired… to Self-Destruct», tampoco levantó pasiones desaforadas. Pero entonces sonó «Seek & Destroy» de su debut «Kill ‘em all», el chupinazo inicial para el festival de clásicos que toda la hinchada estaba esperando. Le siguieron «Leper Messiah» y «Welcome home (Sanitarium)», del disco «Master of Puppets» que acaban de remasterizar por su reciente 30º aniversario, y el repertorio volvió a 2018 con «Now That We’re Dead» para después regresar a la primera edad del metal, los ochenta, cuando el cantante James Hatfield dijo «gracias España, para ti Madrid».
La mítica «For Whom The Bell Tolls» resonó una vez más anoche para recordar que en Metallica no sólo hay grandes ejecutores de thrash metal, sino también unos buenos compositores. Encadenaron «Sad but true», «One» y  «Master of Puppets», rindieron tributo a los Misfits con «Die,die my darling», cerraron la velada con «Enter sandman» entre gritos tribales y fuegos pirotécnicos y hasta dieron un auténtico sorpresón marcándose una versión de «Vamos muy bien» de Obús mientras ondeaban banderas de España en las pantallas, dejando atónita y eufórica de agradecimiento a la audiencia. Fortu ya se puede morir tranquilo.

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