Extremoduro se marcaron el concierto del año, la mejor descarga (por sonido, por escenografía y actitud, con esos desarrollos armónicos y poéticos de otra galaxia) que ha contemplado este humilde escriba en los seis meses que llevamos de 2014…
La banda de Roberto Iniesta e Iñaki ‘Uoho’ Antón, con Cantera en plan súper estelar (parecía que estábamos contemplando a Tommy Aldridge) y Miguel al bajo tan solvente como siempre (más el guitarrista y teclista de apoyo) se coronaron por segunda vez (tras su primera entronización en el Festival En Vivo 2012) como monarcas rítmicos (amos de Rivas Vaciamadrid en el “Auditorio Miguel Ríos”) por derecho propio, reyes sin par del ROCK más insobornable y preciosista, cuajando un recital maravilloso, para conservar mucho tiempo en la memoria.
Tras todo lo acontecido en las semanas previas, con sucios manejos y el mamoneo habitual por parte de los próceres de un sistema corrupto (que mira con lupa los más nimios detalles de acceso y seguridad cuando se trata de un aquelarre rockero desafiante al sistema) cuyos mandamases deseaban a toda costa la suspensión del evento, y la incertidumbre entre los 18.500 aficionados que habían comprado religiosamente su entrada,a la postre fue una bendición el cambio del recinto.
Siempre nos quedará Rivas, oasis progresista en la Comunidad de Madrid, donde casi todas sus calles llevan nombres de artistas y se premia la cultura, donde hay un auditorio perfectamente acondicionado para celebrar recitales masivos, con un amplísimo aforo que puede albergar a más de 40.000 asistentes (en esta ocasión se rozó el lleno sin agobios, más de 25.000 almas en una primer cálculo hecho a ojo, si bien las gradas no llegaron a rebosar del todo) y una organización acorde con las expectativas creadas, que brilló especialmente en lo que se refiere a la disposición y facilidades en las docenas de autobuses (que trasladaron a los aficionados) tras finalizar el concierto. Nadie se quedó en tierra y los responsables demostraron una ética con la peña pocas veces vistas por estos pagos.
Sobre un mar de contenedores marítimos (varados en un puerto interior) se presentaron los apóstoles máximos del rock transgresivo, bajo las luces tenues de una puntera (y acertada a más no poder) escenografía, luminosa metáfora de la podredumbre y vacuidad de un mundo en decadencia donde todo se compra y se vende, y el ser humano no es sino mera mercancía expuesta al mejor postor.Salieron a comerse el escenario desde el minuto uno, a bocados, y tras la intro instrumental, Robe, Iñaki, Cantera y Miguel encandilaron como nunca.
Desde los primeros compases, comprendimos que iba a ser un espectáculo mayúsculo. Robe se llevó al respetable al huerto con las sempiternas “Sol de Invierno” y “Buscando una luna”, antes de doblar la apuesta y marcarse un órdago de inicio, explorando a machete la maravillosa “Vereda de la puerta de atrás”, en medio del éxtasis colectivo y la “Locura transitoria” que invadió a nuestros protagonistas y al personal allí congregado. Tremendo baño de sonido e hipnótica luminotecnia para acompañar el trasiego, que continúo con “Mamá”, “Golfa” y “Si te vas”. Para entonces, los ánimos ya se habían serenado un poco, momento que aprovechó Robe para pedir calma, y que la gente dejara de grabar con los móviles pues se disponían a estrenar una nueva canción: “Canta la rana debajo del agua”. Versos a flor de piel y metáforas sutiles. Tiempo para abordar la “Ley Innata”, bajo un deslumbrante caudal poético. “Dulce introducción al caos”, “Segundo movimiento: Lo de fuera”, más un suave interludio, donde desgranaron un pequeño fragmento de una composición nueva: “Que lento sale el sol” y cierre momentáneo con el “Cuarto Movimiento”: ‘Realidad’ desbordante de poesía y orquestaciones a raudales, para flipar como un pepino y relamerse en veinte minutos verdaderamente inolvidables, para enmarcar.
Tras el intermedio de rigor (un cuarto de hora de descanso) llegaron los platos fuertes de la velada: “Prometeo” y un deslumbrante “Jesucristo García” arrancaron una segunda parte tan sembrada o más que el primer acto, que había sido de alto voltaje, si bien envuelto en cuerdas y seda. “Poema sobrecogido” consiguió erizarnos la piel, con los mejores perfumes flamencos sobrevolando el ambiente y el espíritu de Enrique Morente en el recuerdo. “So payaso” volvió a desatar la locura, seguida de “Mi voluntad” y “Autorretrato”, otra pieza que puso al personal a cien, justo antes de otro recitado estremecedor de nuestro Mesías particular, mientras Iñaki hacía sonar de fondo los acordes de “El sitio de mi recreo” de Antonio Vega. Despojados de complejos, nuestros protagonistas se sumergen cada vez más en el rock progresivo y en la más radiante canción de autor, manteniendo eso sí, las esencias rockeras que les hicieron célebres.
Tremendo final al son de puñaladas como “Standby”, “Salir”, “Puta”, “Que borde era mi valle” (que sonó como un verdadero cañón) y “Ama, Ama y ensancha el alma”, con el público enloquecido, en medio de un tremendo delirio colectivo. El postrero bis, “El camino de las utopías” dejo el infierno (de pogos y empujones) empedrado de dulce sabor. No sufrimos tanto como la vez anterior y dado lo melódico del encuentro (y que faltaban 15.000 energúmenos sobre la pista), salimoscon un exquisito sabor de boca, alucinados ante tamaña demostración poética y sonora. Un amigo sentenció: “Brutal, una pasada… acabo de ver a los Beatles españoles”, tal fue el calado y enjundia del recital. EXTREMODURO se volvieron a coronar como los más grandes del rock autóctono, pusieron toda la carne en el asador, y pese a faltar clásicos como “Deltoya”, “Historias prohibidas”, “Sucede”, “A fuego”, “Decidí”, “Amor castúo”… salimos encantados del evento. Fueron dos conciertos en uno (tres horas y media en el parnaso de las guitarras en flor) y en definitiva, el mejor concierto del año, un recital insuperable que tardaremos mucho tiempo en olvidar. Con autenticidad a raudales.