Crítica – CARLOS CHAOUEN «Respirar»

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Género: Cantautor

Sello: Autoproducido

PUNTUACIÓN: 9

El cantautor gaditano presenta su sexto elepé, un álbum en formato especial con canciones como soles que rinde homenaje a la naturaleza y a esos árboles que nos permiten respirar, todo bajo el prisma iconoclasta de este talento a descubrir por el gran público.

Carlos Chauen es el epígono de esa gran generación de cantautores jóvenes que nació con Pedro Guerra, Javier Álvarez, Ismael Serrano y a la que luego se sumaron otros trovadores con menor fortuna como Kiko Tovar o Alfredo Moya. Nuestro protagonista alumbró su homónimo debut en 1998 (un trabajo de fina orfebrería con exquisitas resonancia sureñas-cubanas) y tras escarbar en el lado oscuro en su siguiente capítulo “Maldita”(00), se marcó con su tercera entrega una de esas raras obras maestras que hacen resucitar una carrera discográfica.

A diferencia de “Vestidos de domingo” de La Cabra Mecánica o “Cenizas en el Aire” de Ariel Rot, “Universo Abierto” no tuvo el éxito esperado a nivel de ventas, aunque le encumbró al cénit de la canción de autor más ilustrada y sugestiva. Desde entonces, otros dos discos: “Totem”(05) y “Horizonte de sucesos”(08), varias rediciones de sus trabajos más destacados y muchas actuaciones por los bares, con una multitud de bolos en locales de pequeño aforo, donde su arte impagable crece como un souflé en las distancias cortas.

He aquí la segunda obra maestra de su carrera, un elepé que de no mediar una industria discográfica hecha añicos, absolutamente arruinada, estas canciones no dejarían de sonar en las radios. Mención especial para el formato elegido, un cuidado digipack rectangular con forma de librito y unas ilustraciones que hipnotizan. Devoto del gran Javier Ruibal, este alumno aventajado supera a su maestro en una obra celeste donde pone los puntos sobre los íes, descargando todo su veneno contra la vacuidad de una civilización que ha perdido el norte y anda dando palos de ciego, vagando en su particular niebla de consumismo zombie y espejismos artificiales (llámense como se quiera), usos sociales que devoran el planeta, mientras encefalogramas planos bailan la triste danza del botellón satisfecho.

Canciones como puños que nos sitúan en nuestro justo sitio, con una mueca de cinismo como punto optimista ante una situación tan desoladora. Tonadas como “Un poco de respirar”, “Orden de disparar”, “Mundo numérico”, “Flores secas” o la rapeada “Medio ambiente” son dignas de mejor causa, testigos de una civilización que va dando tumbos, “Animales” a la deriva con el único fin de ‘ponernos hasta arriba’. Amén.

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