El quinteto de Barakaldo se marca un tercer disco bizarro a más no poder, con el rock’nroll salvaje como estandarte y las canciones pulidas en la piedra filosofal de un directo aplastante. El jabalí cabalga desbocado.
Guitarras como cuchillos en un festín afilado a base de bien. Rock’n’Roll cañero a más no poder. Sacando los pies fuera del redil, con el electrizante eco de unos AC/DC en flor y unos Motorhead en la vereda de la puerta de atrás, Manu y compañía ponen rumbo a las estrellas fuera de un corral cada vez más domesticado. ¿Quién dijo que no corren buenos tiempos? para esta bendita locura que nos tiene pillados. Sin miedo a perder, como kamikazes enamorados del ruido, estos muchachos se lanzan directos al tuétano, sin rodeos, sin gilipolleces…
Mostrando el panorama que nos rodea, “Mienten” describe la realidad circundante: políticos corruptos y ciudadanos borreguiles que comulgan con ruedas de molino. Asoma entonces la “Ciudad muerta” en homenaje al documental homónimo que describe un aterrador montaje policial para encubrir investigaciones chapuceras, donde siempre pagan justos por pecadores. Resultado: inocentes condenados y una poetisa suicidada.
Pero no todo es tragedia en un disco muy variado donde también nos invitan a mover el esqueleto, “Solo quiero bailar”, y a solicitar otra ración de frenesí, con Boni como invitado de lujo, “Pídelo otra vez”, certero guiño a los Barricada que les sirvieron de alimento en su juventud. Esta es una velada de rocanrol, vivida como si fuera la “Última noche”. Aquí no se hacen concesiones, no hay prisioneros, aquí los timoratos y pusilánimes son fusilados al amanecer, ametrallados por certeros riffs. Despierta, tron. Suena una jauría enfurecida, rock’n’roll a muerte. Ni un paso atrás. Hasta la victoria final.
