Más que felicitar a esta bandaza australiana, habría que darle las gracias por el disco que ha hecho. Probablemente, la mejor producción soul-funk de la temporada.
Lo confieso. He tenido este disco varios días aparcado, sin siquiera desenvolverlo del plástico. Y siendo autocrítico, creo que no habría tardado tanto en pincharlo si hubiera venido precedido de cierto hype. Pero también es verdad que temía que fuera otro de esos trabajos de corte académico, fiel a los cánones del género e impecable a nivel técnico, pero sin personalidad propia. Sin embargo, su preciosa portada no dejaba de llamarme a gritos desde la estantería, así que un día me decidí a descubrir qué escondía en su interior. Joder, era un tesoro.
Mientras otros se llevan la poca gloria mediática que esta escena consigue arañar (ya sean viejas glorias rescatadas del olvido o jóvenes blanquitos de simpático nombre), grupos como el que nos ocupa se lo trabajan desde la sombra, luchando por hacer visibles sus destellos de brillantez sin la ayuda de grandes titulares. El suyo es un caso parecido al de, por ejemplo, los fabulosos Kings go Forth, con los que por cierto comparten ciertos rasgos a nivel musical. Especialmente en lo relativo a los metales, dotados de una extraordinaria sensibilidad que da un toque muy personal y vigoroso que hace que cada estrofa sea pura seducción. Sección rítmica y teclados suman y suman puntos, de forma que no hay un solo instante perezoso o apagado en este álbum. La vocalista Shirley Davis está a la altura de las circunstancias, e incluso más que eso: es la voz idónea para acompañar con decisión y arrojo cada guiño estilístico, desde el funk al afrobeat, pasando por el soul o el rythm’n’blues. Un disco sobresaliente.