Hoy HRB se viste de gala para recibir al enorme David Crosby, que acaba de publicar un nuevo disco después de 20 años de silencio. Esto es una ampliación de lo publicado por servidor el pasado sábado en el Cultural de ABC. Una entrevista que, por cierto, tiene un -amargo- interés extra porque a los dos días estuvo a punto de morir por un amago de infarto (de hecho, lo primero que me dijo por teléfono fue «No me encuentro demasiado bien hoy»…), que le ha hecho cancelar varias fechas. ¡Desde aquí le mandamos nuestro ánimo!
Haber sido un personaje icónico, cuasi divino en la historia de la música popular no garantiza una jubilación multimillonaria. Eso queda claro desde los primeros compases de la conversación con el autor de “Croz”, publicado esta misma semana. “No tenía ni un solo dólar para invertir en este disco”, dice David Crosby al otro lado del teléfono, con el tono de quien saborea el éxito tras haber escalado una montaña. El mítico cantautor californiano ha tardado la friolera de veinte años en volver al candelero discográfico (veintiuno para ser exactos, desde “Thousand roads” de 1993) y, milagrosamente, no sólo se ha adaptado a los usos y costumbres del siglo XXI sin problemas, sino que ha demostrado mantener el pulso creativo, recabando comparaciones con sus mejores trabajos de los setenta. En cuanto a calidad, que no a fisonomía, pues una de las claves del éxito de “Croz” ha sido el tono “jazzy” de las composiciones, alejado de una tentadora y cómoda imitación de tempos folk-rock que ya brillaron lo suficiente en su momento.
“Ir a una multinacional a pedir dinero para grabar un disco es una idea absurda hoy en día, se quedan con porcentajes tremendamente abusivos. Así que como no tenía esos recursos, todo el proceso de elaboración del disco ha dependido de amigos y familia –continúa Crosby-. Lo publico con el sello que montamos Graham Nash y yo (Blue Castle Records), y mi hijo James
Raymond ha participado mucho en la composición, todo se ha gestado en su estudio casero y además ha sido el productor. Otros amigos como Mark Knopfler o Wynton Marsalis han sido también muy generosos, poniendo su talento a mi servicio desinteresadamente”. Efectivamente, la guitarra de uno suena en “What’s Broken”, y la trompeta del otro en “Holding on to Nothing”, dos de los cortes más intensos de un disco plagado de referencias a la amistad, pero sobre todo al inexorable paso del tiempo. “La verdad es que sí pienso en ello, pero no de un modo nostálgico, sino de esperanza. De poder exprimir al máximo el tiempo que me queda. Haber visto a tantos compañeros caer me hace pensar en por qué yo sigo aquí. Janis Joplin, Jim Morrison, Hendrix y tantos otros no tuvieron esta oportunidad. Así que yo voy a aprovecharla”. Así lo demuestra el título de la canción “Time I have”, “que calculo que serán unos diez años”, dice con frialdad.
Por qué piensa en lo que le queda de vida, y por qué no tiene tanto dinero como cabría esperar, nos lleva a una de las cuestiones más controvertidas de su biografía: las drogas y la fortuna que dilapidó en ellas, especialmente desde la entrada en escena de la cocaína. “Todo lo que has oído sobre fiestas salvajes en los setenta es probablemente cierto, y también es probable que se quede corto”, confiesa divertido, pero dando señales de no querer extenderse sobre el asunto. “Gracias a Dios que no lo recuerdo todo”.
Aquella perversa espiral de vicio y desenfreno estalló como consecuencia del colapso hippie. Cualquier sociólogo afirmaría categóricamente que el mundo no volvió a ser el mismo desde aquello, pero Crosby no está tan seguro: “Fracasamos, para qué negarlo”. Y es que para él, que en aquel momento estaba “furioso”, sólo había dos opciones, victoria o derrota. “Cambiamos algunas cosas para bien, pero no conseguimos la meta, porque era irrealizable en algunos puntos. Estábamos en lo correcto cuando pensábamos que el amor era mejor que la guerra, pero en cuanto a temas como las drogas, no teníamos ni idea de qué estábamos hablando en realidad. Para muchos de los que nos ilusionamos con aquello, es difícil hablar de ello tiempo después».
Él fue una de las voces más combativas del movimiento, hasta el punto de que en tiempos de The Byrds, sus compañeros escuchaban con temor sus discursos contra “las mentiras del gobierno”, especialmente incendiarios ante las multitudes del Festival de Monterey. Poco después le echarían del grupo. “No llegué a recibir amenazas directas, pero sí sé que estaba incluido en las listas negras del FBI”, cuenta Crosby. Entonces llegó Manson, Altamont, la corporativización definitiva de la música pop, el polvo blanco. Y ese gesto con la mano que transformaba la señal de victoria en “paz y amor”, quedó reducido a merchandising retro. “De repente aparecieron muchos listillos en este negocio, que sabían cómo manipular a los artistas a su anotojo”, recuerda Crosby.
Justo un año antes de aquel derrumbe, Crosby, recién despedido de los Byrds, se lo estaba replanteando todo a nivel musical. Hasta el momento se había basado en “los créditos iniciales que nos inspiraron a todos, que hay que adjudicar a Bob Dylan, The Beatles o Beach Boys”. Del primero tomaron la idea del mensaje trascendente, de los segundos las melodías pegadizas –y la guitarra de doce cuerdas-, y de los terceros las armonías corales –además de algún que otro “prestado”, como el pulso de la guitarra rítmica de “Don’t worry baby” que incrustaron como fondo de su versión de “Mr. Tambourine Man”-. Pero había algo más en la música de los Byrds. “Sí, había una tercera fuente de inspiración tan importante o más que esas”, recuerda Crosby cuando se le pregunta por la reciente muerte de Pete Seeger. “Yo, y creo que todo el planeta Tierra, hemos perdido a un padre espiritual. Ha sido una pérdida dolorosísima”.
Asumido el recuento de influencias y de lo que quería plasmar en su música a partir de entonces, Crosby se juntó con Stephen Stills para montar su gran proyecto. En una fiesta en casa de Joni Mitchell, mientras cantaban “You don’t have to cry”, Mama Cass apareció por allí con Graham Nash. El cantante de The Hollies se puso a cantar con ellos y la magia surgió con las siglas de CSN. Cuando Neil Young, viejo compañero de Stills en Buffalo Springfield, se unió al grupo, la alineación de planetas era ya fabulosa. “La entrada de Neil hizo que fuéramos el mejor grupo posible, pero también que estuviéramos condenados a desaparecer por la lucha de egos. Eso era inevitable, más aún en aquella época, en la que todos éramos unos jóvenes muy orgullosos”, cuenta Crosby, a quien se le nota cierto amor-odio hacia el canadiense. Que le admira muchísimo queda patente en su nuevo disco, donde encontramos piezas como la citada “Time I have” o “The Clearing”, con marcado acento neilyoungiano. Pero cuando habla sobre la posible reunión CSN&Y (con Stills y Nash sí sale de gira de cuando en cuando), lanza un reproche. “Todos queremos hacerlo, sólo depende de él. A veces parece que está decidido, que todo se va a poner en marcha, y de repente te llama y dice que ha cambiado de idea”. Lo mismo, más o menos, ha pasado con el esperadísimo lanzamiento del disco que registra los mejores momentos de la gloriosa gira de reunión que hizo el cuarteto en 1974. Su publicación lleva retrasándose, una y otra vez, desde que se anunció por primera vez hace ya más de ocho años. “Hemos dado vueltas y vueltas al tema del sonido. También acerca de la edición digital. A Neil no le puedes ni mencionar la palabra MP3, y ha llevado su tiempo llegar a un consenso. Pero… tengo grandes noticias. ¡Se va a publicar este año, cien por cien seguro! El disco acaba de ser masterizado, lo he escuchado y es… extraordinario, fastuoso. Refleja el espíritu aventurero que recorría nuestras almas sobre el escenario”.
Lo que uno no esperaba escuchar es una respuesta amistosa respecto a una posible reunión de los Byrds supervivientes, dado que él fue expulsado del grupo y desde entonces sólo se han visto las caras sobre el escenario una vez, con motivos benéficos. “Oh sí, es ciertamente posible. Roger (McGuinn), Chris (Hillman) y yo podríamos hacerlo. Hemos hablado de ello. Lo hemos hablado demasiadas veces, quizá. Se acaba el tiempo”.