Fernando Madina, vocalista de Reincidentes, sufrió el pasado fin de semana un auténtico calvario tras su detención por supuesta ebriedad y ‘desordenes públicos’ en el Aeropuerto de Miami.
Arrestado sin garantías y conducido a una lúgubre cárcel de Florida, el cantante pasó tres días en el infierno al más puro estilo del “Expreso de Medianoche”, una situación surrealista con total falta de garantías por parte de las autoridades norteamericanas, que no informaron de su detención, lo que condujo a 72 horas de tremenda angustia de su familia, amigos y allegados ante su posible desaparición forzada.
Lo extraño del caso es que llueve sobre mojado. Hace un par de años ya tuvieron un incidente en el mismo aeropuerto al chequear las identidades y ser confundido su guitarrista Barea (Juan Rodríguez) con la de un narcotraficante en búsqueda y captura. Producto de la mala suerte o no, volvieron a vivir una conflictiva situación en el mismo lugar, elevada a categoría, pues fue el desencadenante de una aterradora desventura. Reincidentes hacían escala en Miami, en ruta hacia Quito, capital de Ecuador, con el objetivo de participar el sábado por la noche en el Festival de la Juventud, en el Parque del Bicentenario, donde el Presidente Rafael Correa les iba a dar un discurso de bienvenida. Primer concierto de su nueva gira, y motivo de especial alegría y celebración una banda de rock comprometido que celebra su trigésimo aniversario con la publicación de un triple álbum homónimo.
Un empleado de American Airlines impidió a Fernando Madina coger el vuelo porque olía a alcohol. «Solo íbamos a estar en Miami tres horas y media entre vuelo y vuelo. Veníamos cansados. ¿Qué hacer para pasar el rato? Pues tomarnos unas cervezas. Justo al lado de la puerta de embarque, además, por comodidad”. Ahí se desencadena el comienzo del mal sueño: el empleado no atiende a razones, el cantante de Reincidentes se va calentando ante la obstinación de su interlocutor y lanza su bolsa de viajes al suelo en medio del fragor de la discusión. Instantes después es esposado y conducido a dependencias policiales aeroportuarias. Es el inicio de una verdadera pesadilla que durará tres días y que dará con sus huesos en una cárcel correccional de Florida. «Ni traductor ni llamada telefónica”. Fernando Madina narró con todo lujo de detalles su detención y denunció un trato completamente vejatorio por parte de las autoridades norteamericanas. “Pedí mil veces llamar por teléfono… y ni me miraban a la cara», lamenta. El cantante de Reincidentes contó ayer en rueda de prensa su paso por la cárcel: como compartió encierro con un maltratador cubano homosexual o un esquizofrénico dominicano entre otros, y recordó las pésimas condiciones allí vividas: les despertaban cada tres horas para hacer recuento de penados, mientras masculla en arameo por el frío (y miedo ante la incertidumbre) allí sufridos, sin mantas, en una celda de tres por dos, que la comida era basura y el vídeo de media hora que le mostraron nada más llegar sobre normas en caso de violación durante el encierro.
«Cosas que había visto en películas y no me podría creer«. Fernando habla de un primer juicio rápido por videoconferencia que se suspendió hasta el día siguiente. «Ahí comprendí que no habría concierto, porque no habría juicios durante el fin de semana. Me pidieron el teléfono de mi familia, pero uno de los que estaba detenido me dijo que no me hiciera ilusiones, que si era una llamada internacional no iban a hacerla… Y pensé, joder, mi mujer y mi grupo no saben nada de nada. Con esa incertidumbre me dio un poco de bajón, algo que no podía permitirme dadas las circunstancias…”.
Tras «un domingo larguísimo en un hotel de puta madre», ironiza Madina, llegó el lunes y con él, el juicio rápido. Otra videoconferencia. Y un juez de unos 60 años. «La primera persona que me dijo: ‘Buenos días’ en tres días fue el juez. Por si acaso, pedí un traductor. Me leyó los cargos y me dijo: explícate, yo lo hice lo mejor que pude, despacito, en castellano y tras oír mi explicación me dice lo siguiente: este caso queda anulado, no hay caso, y le felicito desde esta corte por tener 47 años y tener en una banda de rock… Yo pensé, anda que si este llega a conocer a Rosendo…”. Risas entre la concurrencia. “Me pusieron en libertad y no me han dado ningún papel, ni que he estado detenido, ni por qué, ni de que el juez anuló la causa… Creo que no lo hicieron porque sin papeles no hay reclamación posible». Pero habrá demanda, ya están trabajando en ello en un conocido gabinete de abogados…
Salvando las diferencias, la historia me resulta familiar por bastantes motivos. La hemos visto en el cine en diversas ocasiones, sin ir más lejos en el estremecedor “Expreso de Medianoche” de Alan Parker y quien esto suscribe ha tenido viajes muy surrealistas últimamente (donde el coche o los colegas te dejan colgado, a la intemperie, y tienes que buscarte la vida…). Lo de Fernando Madina fue peor. Tres días un sucio agujero sin ningún tipo de garantías jurídicas en el país que presume de ser adalid de la democracia y los derechos humanos, para más inri. “Quizá en el extranjero llame la atención, pero los que me conocen saben que hablo alto, que hago muchos aspavientos… Soy así», comenta Madina. Quizás la moraleja sea ser más formal y pasar desapercibido en los puestos de embarque. A lo mejor no hacer canciones que molesten al sistema. Quizás hablar más bajo y no tomar ni un gramo de alcohol. Quizás, solo quizás -puestos a ser malpensados- haya una mano negra en todo esto, dada la condición subversiva y el carácter irredento de las tonadas del grupo.
Si nos remontamos a la antigüedad clásica, decía Kadafis que el fin no era llegar a la meta sino disfrutar del camino. Durante su corta pero intensa estancia carcelaria en una lúgubre celda de un correccional de Miami, Fernando Madina vivió en sus carnes el lado oscuro de EE.UU (y sintió en carne propia la rabia que describe en muchas de sus composiciones), supo lo que es estar embutido en el mono naranja que llevan los presos de Guantánamo -que tantas veces hemos visto en los telediarios- y tener que sobrevivir entre la escoria carcelaria del imperio de las barras y estrellas. Recibió un trato tercermundista, como en las peores dictaduras latinoamericanas. Toda un experiencia terrorífica (afortunadamente con final feliz) para contar a sus nietos. Pasado el susto, y todavía con algo de miedo en el cuerpo, esperemos que de toda esta pesadilla salga al menos una buena canción (o todo un elepé).