No hay duda. Diana Krall cada vez tiene más tirón. Suele visitarnos una vez cada dos o tres años, y se diría que en cada nueva cita congrega a más fans, y además cada vez más fervientes conocedores de su repertorio. Anoche en el Teatro Circo Price, podía verse a sus seguidores tararear las letras, marcar los ritmos con los pies, y cerrar los ojos cuando sabían que llegaba ese susurro letal. Ella no mostró un excesivo entusiasmo y pareció algo fría, como siempre (ella es así, no le den más vueltas), pero no tanto como antes…
La canadiense apareció en el escenario de sopetón pasadas las nueve y media, y sin mediar palabra se sentó al piano y arrancó, casi como precipitadamente, el recital de presentación de su nuevo disco, «Glad Rag Doll», en el que ha colaborado su marido Elvis Costello tocando varios instrumentos bajo la atenta mirada del legendario productor y músico T-Bone Burnett. Las notas de «We just couldn’t say goodbye» llenaron el recinto cristalinas y deliciosas, con unos graves quizá no muy bien ecualizados, pero que quedaban muy resultones en su intento de emular ese compás lento y aplastante al estilo Tom Waits (del que luego haría la versión de «Temptation»).
El decorado, extremadamente sobrio, sólo mostraba unos soles de cartulina, como de obra de teatro infantil, sobre los que se vertían iluminaciones de diferentes tonalidades de rojos y azules, muy sugerente todo, como la portada de «Glad Rag Doll», en la que Krall aparece como poco menos que una Nicole Kidman en «Moulin Rouge». Y es que en su juego entra lo sensual, of course. Anoche se presentó en el escenario con una falda corta, botas larguísimas, todo de negro,
pero con una elegancia que ya querría para sí la Kidman. «He esperado volver a Madrid con muchas ganas», decía la rubia más famosa del jazz actual. «How are you?», preguntó. Y la audiencia, mostrando un sorprendente buen acento, contestó «¡fine!» -en lugar de «¡bien!», ojo con la audiencia de la canadiense-.
Krall bordó entonces una versión del «There ain’t no sweet man that’s worth the salt of my tears», tema de los años 20 de Bix Beiderbecke y Bing Crosby (luego caerían otras más sixties de Joni Mitchell, Dylan, Neil Young o The Band… oh, «Ophelia»…), estallando esa manera divertidísima que tiene de tocar el piano, realmente entretenida de contemplar. Fueron entrando las guitarras de corte rockero y el concierto ganó en sabor, con interpretaciones muy enjundiosas como la de «Just like a butterfly that’s caught in the rain», con espléndido violín, o la de «Everything’s made for love», con hilarante presentación incluida («hay demasiadas canciones sobre divorcios»).
La placidez del smooth jazz y el swing se complementaron muy bien en un show que volvió a recordarnos que una cita en
directo con Krall, en un lugar con la acústica como el Price, es casi como tenerla en el salón de casa susurrándote con una copa de vino en la mano.
PUBLICADO EN ABC