Entrevista con BILL FRISELL: «Siempre me ha costado expresar mis sentimientos con palabras, pero con la música es diferente»

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En el corazón del Big Sur, un extenso territorio de incalculable valor paisajístico y natural que dio título a una de las novelas más famosas de Jack Kerouac, hay un enclave llamado Glen Deven Ranch al que muchos músicos folkies de la zona se refieren como “el paraíso”. Los novecientos acres de este idílico rancho de la costa californiana fueron gestionados con mimo durante décadas por la escritora Virginia Mudd y su marido, hasta que en 2001 decidieron donar todo el terreno a la fundación Big Sur Land Trust (BSLT) con una sola condición: debía convertirse en refugio para la creación artística, especialmente la musical.

 

bill-frisellEl BSLT estableció entonces el programa “Artist-in-Residence”, que consiste en la cesión de una cabaña, un pequeño estudio de grabación y víveres para ocho semanas, durante las que el músico es libre de hacer lo que le dé la gana en su búsqueda de la inspiración. En realidad las opciones para distraerse son pocas, pues no hay teléfonos móviles, ordenadores, televisión ni mucho menos coches. Sólo largos paseos por los acantilados y ocasionales encuentros con otros compositores en mitad del bosque. De esta experiencia surgen obras tan maravillosas como la que ahora nos presenta un Bill Frisell rendido a la misma fascinación que conquistó a Kerouac, pues ha elegido el mismo título: un sencillo, sincero y agradecido “Big Sur” (se publica el 18 de junio  vía Sony Music).

“Oh, amigo”, exclama el guitarrista cuando se le pide que describa el paraje. “Es lo más espectacular que hayas visto en tu vida. Está al borde del mar, donde rompen las olas del Pacífico, y la felicidad parece ascender por las rocas con la espuma salada arrastrada por el viento. Sólo hay una carretera, que se adentra en un bosque antediluviano salpicado de pequeñas cabañas, y serpentea hacia lo alto hasta que llega hasta una cima imponente, desde la que contemplas belleza en todas direcciones”.

La idea de escribir una nueva partitura de esta manera nació unas millas más al norte, en Monterey. Su histórico festival de jazz le propuso crear piezas originales para ser interpretadas en la edición de este año, y recomendó solicitar plaza en Glen Deven Ranch para su composición. Frisell reconoce que al principio sólo le pareció “una idea curiosa, divertida”, pero no tardó mucho en percatarse del alcance que aquello tendría no sólo sobre su modus operandi, sino también sobre su filosofía vital. “Cuando pasaron unos días, la conjunción de soledad y espacios abiertos tuvo un fuerte efecto en mí –asegura-, empecé a encontrar todo un universo de sensaciones en mi interior. Y lo que es más importante: me di cuenta de que ese universo estaba completamente oprimido por la vida moderna. Sin e-mails, ni atascos, ni smartphones, empiezas a mirar dentro de ti instantáneamente, y es realmente increíble lo que puedes encontrar”.

Frisell empezó a deshumanizarse, o mejor dicho, descivilizarse. “Llegó un momento en el que dejó de importarme la hora”, dice con seriedad. “Especialmente cuando más aislado me sentía. Recuerdo una fortísima tormenta que duró dos días seguidos, en los que me quedé recluido en mi cabaña sin electricidad, sólo escuchando los truenos, el crepitar de los árboles y los ruidos de los animales. Sentí paz, y a la vez miedo, porque es un bosque muy oscuro y hay pumas, osos, muchos peligros… mi mente iba de un lado a otro descontrolada, pero en el fondo la sensación era de un gran respeto. No paré de escribir”.

De la atenta observación, escucha y reflexión surgieron títulos de lo más gráficos como “Hawks” (“Águilas”), “Cry Alone” (“Llorar en soledad”), “A beautiful View” (“Una vista preciosa”) o “Walking Stick” (“Bastón para caminar”), entre los que, con mucho sentido, aparece “We all love Neil Young” (“Todos queremos a Neil Young”) como homenaje al paradigma del compositor naturalista. Las canciones “sólo iban a ser una exclusiva para el Festival de Monterey», explica Frisell, «pero el resultado fue tan gratificante que finalmente se decidió grabarlas para su publicación. Todo ocurrió muy rápido… terminé de componer, surgió la propuesta de Sony, se grabó en menos de dos semanas y de repente ya lo tengo aquí entre mis manos. Es increíble”.

En “Big Sur” –grandísimo álbum para viajes en carretera, por cierto- no sólo suena folk de violines etéreos y arpegios ensoñadores a ritmo de vals, también caben el jazz, el country y hasta un poco de rock’n’roll, que se entremezclan con gracia y también con metodología, al haber tres o cuatro melodías que se repiten a lo largo del disco a modo de variaciones. Ahí da su puntada ese espíritu jazzístico influido por Miles Davis, más evidente en otras grabaciones de Frisell -aquí el guiño manifiesto está en “Gather good things”-. “Toda mi vida me ha costado expresar mis sentimientos con palabras, pero con la música es diferente. En ese sentido, Davis ha sido una gigantesca influencia en mí, me siento identificado con su lenguaje basado en el instinto animal”.

PUBLICADO POR NACHO SERRANO EN EL CULTURAL DE ABC

De regalito extra, aquí os dejamos esta improvisación convertida en mantra con Nels Cline, el estratosférico guitarrista de Wilco, en una anterior visita al Big Sur.

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