JOHNNY WINTER, a toda máquina (crónica del concierto en la sala Arena, 26 abril)

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El guitarrista más paliducho de la historia del blues sigue desatando pasiones, fervores sinceros, desenfrenados, como los portentosos boogies que lanzó a su público anoche en una abarrotadísima sala Arena de Madrid. Las malas lenguas decían que estaba realmente mal de forma, pero de eso nada. O como mucho, prácticamente inapreciable para el fan entregado.

Quizá sea verdad que Winter es uno de esos artistas que es muy grande, pero ya no hace cosas tan grandes. Sin embargo en el directo de anoche hubo más de dos y de tres momentos brillantes, de esos con los que se sueña cuando se paga la entrada. Fue, en efecto, una buena noche demiúrgica de blues, que sirvió además para presentar el ciclo de festivales “Jaén en julio”.

Su banda arrancó el recital haciendo las labores de introducción instrumental, y poco después Winter salía a las tablas encorvado, muy avejentado, enfilando hacia su silla en el escenario como buscando un bote salvavidas, pero equilibrando pose con ese mítico sombrero vaquero que transforma su imagen en un mito de otro tiempo. Enseguida sonaron “Johnny B. Goode” y “I got my mojo working” y, aunque es cierto que su banda está muy al quite, sus dedos comenzaron a recorrer el mástil de su diminuta guitarra Laser para demostrar que el que tuvo retuvo, con una energía digna de admiración.

Winter podrá estar muy afectado por los mil y un achaques derivados de la edad, y de una larga convivencia con los estragos de una adicción a las drogas más duras que empezó demasiado pronto (tuvo un enganche muy fuerte con la heroína siendo veinteañero), pero su slide y su compás siguen siendo tan intensos como hace décadas. Ese “Highway 61” en los bises, entrecruzado con un sutil homenaje a su viejo compadre Hendrix, pasó por encima del público como un tren de mercancías. Y qué a gusto nos dejamos arrollar.

CRÓNICA PUBLICADA EN ABC

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