GUADALUPE PLATA “Guadalupe Plata”

por

Género: Blues

Sello: Everlasting

8,5/10

Un grito redentor. Un cabezazo a ojos cerrados, una mojá en las nalgas del panorama musical de este país de imitadores. Así es el tercer disco del trío bluesero más ilustre de Úbeda.

Para atrás, para atrás… por qué hacia delante. Por su tosquedad, este podría ser su primer disco y no el último. Sanamente obcecado en la involución, este trabajo vibra con menos estribillos que nunca, seguramente también con menos versos y notas que nunca. Grabado en Austin con la austeridad de los pioneros, “Guadalupe Plata” –no olviden que todos sus discos se titulan así- fluye en un mantra de algodón electrificado que acogota los sentidos y evoca el instinto más carnal.

Batería, barreño, voz y guitarra prescinden… no… huyen, de la menor filigrana en una producción que casa, de una forma casi inexplicable pero a la vez meridiana, sus carpetovetónicas intenciones con la castigada pureza de la cabaña del esclavo africano. Fango y chatarra al servicio de unos tipos con talento para dejar su huella y que, ojo, exhiben un crecimiento de sus virtudes narrativas –“Funeral de John Fahey” es un cuento musicado- manteniendo intacta su primitiva seña de identidad.

Las frases que brotan de la garganta de Perico de Dios siguen siendo el chófer del viaje en el tiempo, el único vínculo contemporáneo con un sonido de inidentificable añada, vivo, desacomodado, cavernario y negrísimo.  El blues blanco llegó en la época que menos les interesa del género, y nada parece inspirado más allá de 1950 salvo un ligero toque  “Hendrix del 67” en “Voy caminando”.

En el álbum revisitan “Jesús está llorando” con un feeling arrastrado, y hacen todo lo contrario con “Oh my bey!”, enfureciéndola y convirtiéndola en una auténtica granada de mano. El resto, canciones nuevas rebosantes de sangre fresca, con Elmore James y el Reverendo Gary Davis dirigiendo un cotarro referencial en el que igual irrumpe Bo Diddley que Muddy Waters o Howlin’ Wolf.

Delicioso, cautivador y necesario. Toda una lección de honestidad, que señala con dedo ejecutor a la artificiosidad para ahogarla en las aguas del Mississippi.

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