DAVID BYRNE, como nunca querrías ver bailar a tu padre (crónica de su concierto con ST. VINCENT en el Price, 5 sept.)

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Los instrumentos de la banda tirados por el escenario. La sala medio vacía. Parecía la imagen de la muerte de la música en directo, pero no, todavía no. Lo primero, lo de los instrumentos desparramados por el suelo, era cosa de la singularísima, minimalista y espléndida puesta en escena del show de David Byrne y St. Vincent, juntos de nuevo en la carretera defendiendo el último fruto de su colaboración, «Love this Giant». De lo segundo, lo del Price a medio llenar, sólo podemos suponer el porqué. ¿La cuesta de septiembre? ¿Los 70 euros que costaban algunas de las entradas? Apuestas igual o más excéntricas se han visto ya en este auditorio, y con mejor respuesta del público. Ellos se lo pierden. Porque fue una maravilla mayúscula.

Con quince minutos de retraso –quién sabe si esperaban a posibles rezagados–, el dúo y su banda salieron y recogieron sus herramientas para aplastar al personal con la bailonga pero poderosísima «Who», disparada con tremendos graves y vientos apocalípticos. La audiencia rugió como si aquello estuviera a reventar, esa primera detonación auguraba una noche de pura pirotecnia pop con uno de sus mayores iconos. Y ojo a Annie Clark, alias St. Vincent. Que también será un icono algún día. Ayer, con ese pelo rizado rubio y esa guitarra colgada con pose de estrella, por momentos de lejos parecía una Marilyn Monroe rockera. ¡Uf!

Tramitado el saludo a la ciudad de turno, el repertorio continuó marchoso con «Weekend in the dust», donde se pudo apreciar una de esas metamorfosis que sólo tipos como Byrne pueden cuajar. De estar bailando como nunca querrías ver a tu padre bailar en una fiesta, pasó a ser un figura de la danza moderna. Y seguía haciendo exactamente lo mismo. Magia. Esa capacidad para transformar lo ridículo, incluso lo pueril, en algo absolutamente genial, es lo que muchos querían ver anoche. Y hubo ración para todos.

«Save me from what i want» sirvió para rubricar la primera secuencia protagonista de St. Vincent, que emanaba un fascinante halo espectral mientras cantaba con el mismo poder penetrante que suena en el disco.
De hecho, todo parecía mejor que en el disco, con una nitidez brillante y mucha autoridad. También sonó sensacional «Strange Overtones», el tema que han hecho en colaboración con Brian Eno, otro icono de los gordos.

La teatralidad del show alcanzó un momento cumbre con «I am an ape», interpretada casi a modo de musical, con todos los miembros de la orquesta —trombones enormes incluidos— yendo de un lado para otro por el escenario, mezclándose bajo los flashes de luces, mientras Byrne seguía con su contoneo de metrónomo humano. Dieron ganas de sacar las butacas de la pista para echar unos bailes a gusto. Pero faltó ese primer valiente.

En uno de los escasísimos parones del recital, St. Vincent se dirigió al público para anunciar que venía una canción «muy especial», por tratarse de la primera que escribió con Byrne —debieron guardarla en un cajón un tiempo, pues aparece en «Love this giant»—, a la que siguieron «Optimist» y una descacharrante «Like Humans Do», en la que el ex Talking Heads casi pareció un crooner de Las Vegas.

Con regalitos como «Wild Life» o «Burning down the house» de Talking Heads, la extraña pero fantástica pareja firmó una gran actuación ante menos (bastantes menos) de mil afortunados que pudimos saborear la dulce sensación de estar viendo y oyendo algo diferente. Algo que no está en una jaula.

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