La de anoche fue la gran cita del festival Noches del Botánico. La más esperada, la más anhelada. Tras la decepción por la cancelación de su concierto en Madrid hace dos años, por fin recibíamos a una de las figuras más legendarias de la historia del rock’n’roll, nada menos que el cantante de los totémicos Led Zeppelin, la banda que firmó algunos de los clásicos más formidables de la música del siglo pasado (FOTOS: CARLOS MELCHOR).
La cola para acceder al recinto ya alcanzaba los doscientos metros una hora antes de la apertura de puertas, llena de fans de todas las edades dispuestos a entregarse a la nostalgia. Y a las nueve de la noche (o mejor dicho del día, porque aún lucía solazo) comenzó a calentar el ambiente un invitado muy especial, el gran Mike Sanchez, amigo íntimo de Plant desde hace décadas y ocasional colaborador de otras estrellas como Paul McCartney, Ron Wood, Jeff Beck o la no tan legendaria pero igualmente buena Imelda May. Sanchez, que reside en la sierra madrileña desde hace muchos años, empatizó rápidamente con el público alternando animados «medleys» de clásicos con temas como «Back to the Highway» y algunas canciones de su último disco, «So many Routes».
La emoción se respiraba en el ambiente cuando faltaban sólo unos segundos para atisbar esa perenne mata de pelo rubio subiendo la escalerita hacia las tablas. La emoción, y también el inevitable miedo a que no se cumpliesen las expectativas durante los momentos zeppelinianos del espectáculo. Eran muchos los años que habían pasado desde que Plant lanzase aquellos gritos y gemidos que volaron la cabeza de todos los presentes, y aunque las crónicas de su gira española eran para acudir confiado, todos podemos tener una mala noche.
Pero en cuanto el show arrancó con «Babe I’m Gonna Leave You» (una canción de la cantante folk Anne Bredon, cuya autoría, por cierto, no le fue acreditada en el primer disco de los Zep), la voz de Plant planeó suavemente por el jardín creando una atmósfera de relax total, de «todo está controlado». No conserva el mismo desgarro, claro está, pero sí consigue que sólo se detecte la edad de su garganta en contados momentos. Y eso significa la gloria en directo.
Quizá no dieran la misma sensación sus músicos, los Sensational Space Shifters, al no «clavar» las notas con el pulso que todos llevábamos grabado a fuego en la memoria, pero la experiencia ya evidenció que la velada sería inolvidable. Porque además, al margen de la evocación nostálgica (también sonaron «Friends», «Whole lotta Love» con interludio arabesco o «The Rain Song») los temas de su carrera en solitario fueron auténticos regalos para nuestros oídos.
De los Zeppelin supervivientes, Plant es el único que ha mantenido una trayectoria sólida e interesante, el único al que ser una leyenda no le ha parecido suficiente. Por eso ha venido lanzando estupendos discos con regularidad, y de ellos anoche escogió «Little Maggie», «Fixin’ to Die» o «All the King’s Horses» pletóricos de vida y de todo lo bueno que tiene el folk y la world-music, esa que tanto le ha apasionado a a lo largo de su vida.
Para despedirse, Plant revolucionó a su parroquia con «Rock’n’Roll», uno de los mayores rompepistas que haya parido la música de guitarras. Y cuando parecía que la cosa terminaba en lo más alto, nos brindó una maravillosa «Goin’ to California» con final mántrico que ya no dejó ganas de más. Porque en el fondo, en la música apenas ha habido nada más.
TEXTO PUBLICADO POR NACHO SERRANO EN ABC