Las catacumbas de El Sol volvieron a retumbar el pasado 31 de marzo con alardes de distorsión y solos psicodélicos. Con todo el papel vendido por la gran expectación suscitada por su visita, el trío de Parker Griggs, indiscutible líder y maestro de escena, completó un repertorio de blues rock que dejó un tanto distantes a los que los habían presenciado en directo previamente. Quizá la fatiga empezara a hacer mella, o quizá no acaben de encajar las sinergias en el trío (apenas son dos años lo que lleva tocando junto a Meier y Marrone).
Allanando el camino de lo que sería un concierto de más de hora y media, Griggs fue condensando sus solos sin perder la sonrisa, visible cuando en sus escasos momentos líricos se aproximaba al micro. Al par que le acompañaba, apenas se le entreveía el rostro cabizbajo entre las melenas. En estos grupos, echo de menos una actitud algo más cercana con el público.
No sólo es sonar perfecto, y técnicamente insaciable; la esencia del directo es la conexión con tus fieles. Y en este caso, aunque creo que no era el tipo de conciertos que estaban buscando, un grupo de apasionados jóvenes y deseosos de soltar adrenalina dieron algo de calor a los que allí estábamos. Hay pinceladas de stoner, cierto, pero siguen siendo un gran grupo de blues-rock psicodélico. Eso, sí, estáticos como cabrones.
Lo del martes pasado fue algo esperanzador no obstante. Partido amistoso contra Holanda, martes de fiesta en una capital abanderada por las terrazas y el tapeo; y sin embargo, volvemos al cartel COMPLETO cada vez con más frecuencia en nuestras pequeñas salas.