Sello: Carne de Canción/ Warner
8 / 10
Vestido de crooner, al más puro estilo Johnny Cash, el ex alma Mater de La Cabra Mecánica se calza su mejores ternos americanos para debutar en solitario con un elepé donde retoma su querencia por el rock’n’roll en vena y el country despojado, en diez canciones súper personales que no dejarán indiferente a la concurrencia…
Como un dandy pasado de vueltas, como un novio plantado en el altar, como si el ínclito Quique González le hubiera contagiado al ex vecino de Lavapiés toda su pasión por el pater Bob Dylan en madrugadas de febril recorrido, fue César Pop quien empujó a nuestro héroe al abismo del rock’n’roll de los “Tics Raros”, un callejón sin aparente salida comercial al que poner sordina en “Modo Avión”. Tras militar en diversos proyectos hard-rockeros en los noventa, Miguel Ángel Hernando se puso el mundo por montera y dejó a la peña a cuadros con el primer capítulo de La Cabra: “Cuando me suenan las tripas”, un compendio de rumbitas a quemarropa que dejaron patidifuso al personal. Ahora lo ha vuelto a repetir, retándonos a doble o nada y completando el triple mortal de una mueca al destino, sin red, en una caída al vacío que se promete antológica, si no logra encauzar su querencia por las ‘malas compañías’ que como cantaba Sabina son las mejores, cuando asoma la anemia compositiva, cuando te invade la nube negra tras los desengaños amorosos. Toda una apuesta para gourmets exigentes, para músicos curtidos, como Alex Olmedo de La Naranja China (que le acompaña en sus sesiones electro-acústicas), un menú para bardos curtidos y ‘aristócratas del barro’. Superando el vértigo, nuestro protagonista se lanza a tumba abierta por la autopista de los sonidos del otro lado del Atlántico. El viaje será movido.
Es “Casi rock‘n’roll”, como cuando Messi hace un quiebro y arranca con una de sus conocidas jugadas: “Un crack para el tiempo en el punto de penalty en el enésimo partido del siglo, será mejor que encuentres a quien poder llamar amigo, en el penúltimo regate al destino. Revela tu fragilidad, revela una señal real de vida…”. El reloj se detiene y Lichis antes de embocarla, muestra las heridas que le trajeron hasta aquí. Asoma “Tinkywinky”, una botinera para olvidar las penas, retrato de las lindas ‘minas’ que asoman en el pasaje de la fama, tras soportar muchas “Horas de vuelo”. Sin complejos y despojado de vergüenza alguna, Lichis se desliza por el cabaret, sin pánico al vacío, dejándose la cartera y la vida, mostrando los jirones de piel que perdió en el camino, las escamas del lagarto que bronceado al sol se las sabe todas: “Tan felices” de habernos conocido. “Dinero por nada” consumido en la bohemia, ‘en la alegría del bronce, en la amargura de La Plata y en la falta de pragmática…’, “Tal vez Buenos Aires” sea el refugio en las gélidas noches de invierno: “Lame solo tus heridas… nunca serás el mismo”, otra canción que bien podría formar parte del mítico “Desire”, aquel inolvidable álbum donde Dylan le cantaba al boxeador “Hurricane” Carter, falsamente acusado de asesinato y condenado por su piel negra, por su condición de ciudadano afroamericano. Así, entre guitarras afiladas y Hammond algodonoso, discurre un álbum para relamerse, píldoras de “Televisión de Madrugada”, que se bate en singular duelo con los “Enemigos” de un tiempo gris y cruel: ‘por favor, para esta mierda…”, un grito sordo para enjuagar la amargura, para vacunarnos contra la estafa vital y el desengaño de los políticos que nos oprimen y roban. Pero este año hay salida. Podemos asegurarlo.