Género: Rock
Sello: Ocesa / Warner
8 / 10
El cantante y compositor aragonés publica su noveno elepé de estudio, un interesante trabajo dividido en dos partes y con un CD extra (en la edición especial), un precioso digipack con el directo “Cualquier tiempo pasado… Live 2011-2012”.
Hay ciertos genios que tienen varias vidas artísticas, como los gatos. Es de admirar cuando un solista como Bunbury guarda a sus espaldas la épica de una carrera exitosa anterior, en este caso, mayúscula, con los Héroes del Silencio, que trascendió géneros y fronteras, triunfando en la vieja Europa y allende los mares, en diversos países de Latinoamérica a los que el cantante guarda especial gratitud y ha dedicado sus trabajos “El viaje a ninguna parte” y “Licenciado cantinas” intentando traducir los sonidos de aquellas latitudes bajo la particular óptica de su hiperbólica y ampulosa forma de entender la interpretación musical.
Dicho esto, hemos de convenir que en su inquieta y zigzagueante carrera musical en solitario (o acompañado por autores como Nacho Vegas en “El tiempo de las Cerezas”) ha combinado discos imprescindibles, cenitales e verdaderamente inspirados, que daban en el clavo de la mejor canción de autor rockera como “Flamingos” o “Hellville de luxe” con otras obras menores como la seminal “Radical sonora” o la introspección acústica y orquestal en “Las consecuencias”, todo ello intercalado por un “Pequeño” cabaret ambulante, más el “Freak Show” circense que vino a continuación, y el disco compartido con Carlos Ann y Morti, Bushido, que tampoco tuvo demasiada repercusión, más las mencionadas incursiones en el folklore latinoamericano de “El viaje a ninguna parte” y “Licenciado cantinas” con flojos resultados a nivel práctico, en opinión de quien suscribe estas letras.
A medio camino de todo lo anterior se sitúa Palosanto, sin las orquestaciones tan evidentes de “Las Consecuencias”, pero fijando claramente las coordenadas de su trasiego musical en la canción de autor de raíz, con el rocanrol como punto de partida. Una especie de Johnny Cash en versión baturra que se bate en duelo sin igual contra los fantasmas de una escena musical cada día más previsible en nuestro país, pese a la enorme oferta que hay en la actualidad de grupos, propuestas y géneros diversos. En Palosanto conviven el rock a quemarropa de “Los inmortales” o “Destrucción Masiva” con baladas que se clavan en el corazón: “Prisioneros”, “El cambio y la celebración”… y certeros avisos a navegantes, con aires de rumba, en versión heroica, “Habrá una guerra en las calles” o despojados de florituras, “Despierta”, una estupenda tonada que bien podría haber salido de la factoría U2, Bowie o Roxy Music, con esos gurús en los controles llamados Brian Eno, Daniel Lanois o Phil Manzanera (quien ya produjo “Senderos de traición” y “El Espíritu del vino”), que tan buenos resultados imprimieron a los irlandeses, y en general a todos aquellos artistas que se han inclinado alguna vez por las propuestas atmosféricas y de ambiente. Pero sobre todo predomina la pátina del más insobornable de librepensamiento en canciones tan personales e intransferibles como “Salvavidas” y “Más alto que nosotros solo el cielo”, justo antes de tropezar en la segunda parte con la canción de autor más acrisolada, teñida de diversas esencias, desde la cañera “El hijo de Cortés”, sembrando “Un mar de dudas” (con sabor a bolero) o una rola tan inconfundible como “Miento cuando digo que lo siento”, escarbando en las “Nostalgias imperiales” bajo un manto de fina electrónica electro-acústica tamizada de Hammond y poesía flor de piel, así hasta llegar a los últimos rincones de “Plano secuencia” (con aroma a tango y regusto de amargo violín) o “Causalidades” donde asoma el steel-guitar, con punto y final aparte en “Todo”, cuyas reminiscencias nos recuerdan viejos perfumes Pinkfloydianos escondidos en la cara oculta de la luna, tan queridos por el autor a la vista de su actual propuesta en directo.
Palosanto, un disco largo, denso y complejo, para paladear como el buen whisky de barrica, al calor del fuego, a ser posible en buena compañía. Bunbury en estado puro, lobo con piel de cordero, o mejor dicho, rockero con piel de cantautor norteamericano.