Concierto histórico, memorable, increíble, inmejorable… No creáis a quien diga eso del show de los Rolling Stones ayer en Madrid, porque miente o iba muy ciego. Hubo imprecisiones, la magia faltó en muchos momentos clave, y lo que es más importante: allí sólo vimos a un Stone con algo de ardor guerrero: Mick Jagger. Fue un huracán, un tipo que se sigue tomando esto tan en serio como el primer día. Qué bien le habría venido a la selección de fútbol alguien como él. Es como si el resto de la banda (especialmente Richards y Watts, Wood se libra por momentos) tuviera «el cupo de éxitos y alegrías» cumplido, y sólo hubiera un miembro que ha sabido mantener ese hambre. Después de 50 años en lo más alto, él es el único que sigue mostrando ambición sobre el escenario.
Como los que os detenéis en esta web no sois lectores de rock casuales sino habituales, no os vamos a ofrecer la típica crónica de pasó esto y aquello, tocaron esta, esta y esta, porque os sabéis el cuento de memoria (aquí podéis ver mi crónica oficial para el abc). Mejor ofrecer una rápida reflexión sobre una velada que sólo estuvo cerca de subir los niveles de adrenalina. Hubo, además, algún bajón importante. Como cuando el grupo se presentó a sí mismo practicando un onanismo fuera de lugar: el concierto ya llevaba más de la mitad cuando de repente, Wood, Watts y Richards dejaron sus instrumentos para recluirse en la oscuridad del fondo del escenario. Jagger comenzó a hacer la típica presentación de banda (coros, bajista, etc…), y después pasó a «presentar» a los Stones de uno en uno. «A la guitarra, Ron Wood», gritos enfervorizados del público mientras él sale dando las gracias a un lado y otro del estadio. «A la batería Charlie Watts», y sale el percusionista con una cara de incomodidad que era un poema. No le gustan estas tonterías y no lo disimula. «A la guitarra, Keith Richards», y sale el pirata abriendo sus manos como un mesías, recibiendo el griterío del público como diciendo «oh sí, dame más, dame más». Mientras, miles de personas miraban como alelados… «Es él, guau». Y, repito, llevaban ya más de la mitad del concierto. Eso, o se hace al abrir el show, o se hace al terminar mientras todos siguen tocando, como hacen otro grupos enormes. Pero no se detiene el concierto por la mitad para hacer este paripé de estrellitas. A esto se refería Leiva con lo de parque temático.
Dos comentarios más, a nivel extramusical. Primero: desde que la pista se divide en áreas en función de lo que se pague, se ha perdido mucha emoción en estos conciertos. Delante, frente al escenario, estaba la élite, los que pagaron más de 200 euros. Atrás al fondo quedaron los menos adinerados pero también fans como el que más. Allí la fiesta era mucho mayor que frente al escenario. Y es que por la razón que sea, los ricos viven menos los conciertos, son más «paraos». Los que les cuesta un riñón hacerse con una entrada tan cara suelen tener más sangre en las venas y hubieran creado un ambiente mucho mejor en primera línea. Y segundo: la organización de ayer fue realmente lamentable, un despropósito que yo jamás había visto ni en siete años de profesión ni en veintipico de fan. Atención, porque no os lo vais a creer. Un amigo compró la entrada VIP de 690 euros (no me preguntéis por qué, es una larga historia) y no le sirvió para nada. Vivió el concierto exactamente igual que uno con entrada de 200, salvo por el detalle de que le entregaron una bolsita de los Rolling con fotos del grupo dentro. Se suponía que le daban de cenar y que tenía barra libre, pero nadie, repito, nadie de la organización supo decirle dónde tenía que acudir. Preguntó a docenas de miembros del equipo y nadie sabía nada. Indignado y alucinado por lo que estaba viendo, me puse a preguntar con él a todo dios con un pinganillo en la oreja, pero fue imposible. Una estafa en toda regla, que mi amiguete denunciará seguramente.
En fin, ahí os dejamos con un par de vídeos más de la velada en los que apenas se ve nada… cosas de los macroconciertos.