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Los pioneros del «crowdfunding»

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MIA2Hace cuarenta años, mucho antes de que una chica de Sri Lanka elevase las mismas siglas a los altares del pop, un grupo de músicos argentinos se unió bajo el nombre de M.I.A., Músicos Independientes Asociados, para desafiar a las reglas del juego discográfico. Y lo hicieron en plena ebullición fascista-militar, a punto de producirse el golpe de Estado que puso a Videla en el poder.

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Los buenos tiempos de M.I.A., bajo la atenta mirada de Esther Soto (abajo a la derecha)

Encontrar los orígenes del “Indie” es una tarea para la que posiblemente no haya información suficiente, pues si lo entendemos como una forma de gestionar el trabajo musical, no como un estilo, quién sabe cuántos artistas obraron así antes del siglo XX. Probablemente casi todos, salvo los que vivían y trabajaban en los palacios de la realeza y la aristocracia. De hecho, se podría decir que las cortes fueron las primeras majors, en las que se exigía al músico que interpretara esta o aquella pieza bajo amenaza de guillotina o algo peor. ¿Serían los mecenas del Renacimiento las primeras entidades indies? ¿Se pueden considerar crowdfunding las colectas que hicieron algunos músicos de blues entre sus compañeros de faena en los campos de algodón, para pagarse el viaje a un estudio de grabación en Chicago? Quién sabe, pues el análisis de este tema puede y debe llevar a relativizarlo hasta el extremo. Sin embargo no estamos aquí para eso, sino para recordar que la banda que hoy estudiamos forma parte de un continuum originado siglos atrás, pero que en los últimos 50 años ha tomado una forma concreta, unos usos condicionados necesariamente, en respuesta a la dictadura del mercado.

Los miembros de M.I.A. también se enfrentaron a circunstancias históricas delicadas, pero no se amedrentaron sino todo lo contrario, sentando las bases de una metodología de independencia más desarrollada que en el hippismo autogestionado norteamericano, igualmente combativa, pero más compleja, pragmática y profesional.

M.I.A. fue fundado en 1975 por Esther Soto y Rubens “Donvi” Vitale, una cantante y un pedagogo que formaban pareja sentimental y que compartían ideales políticos y artísticos. Sus hijos Liliana y Lito, jovencísimos (él tenía 12 años, ahora es un músico de proyección internacional) pero ya muy interesados por la música, enseguida entraron en el grupo acompañados de su amigo Alberto Muñoz (conocido posteriormente por ser un gran escritor) y se pusieron al frente del mismo, quedando los padres en un plano más “organizativo”. Empezaron a dar recitales gratuitos, producidos y gestionados por ellos mismos siempre fuera del circuito comercial, y al final de los mismos ofrecían clases de música con las que obtenían los ingresos necesarios para seguir adelante con el proyecto.

Poco a poco se fueron sumando músicos (además de artistas de disciplinas plásticas, técnicos de sonido, poetas, etc…) a M.I.A., que llegó a tener 60 miembros, con gente como Juan Del Barrio, Daniel Curto, Gustavo Mozzi, Quique Sanzol, Verónica Condomí o Nono Belvis (hay que decir que nunca hubo más de 20 miembros fijos). El matrimonio Vitale había fundado su propio sello, Ciclo 3, con el que editarían los discos del grupo además de trabajos solistas de varios de los socios. Sus conciertos y su popularidad fueron haciéndose más grandes, pero para evitar la despersonalización de la relación músico-fan que habían labrado, tuvieron la MIA·idea de entregar un formulario en la entrada de cada bolo, donde sus seguidores dejaban sus datos para así mantenerlos informados de las novedades a través de un mailing, y también venderles los discos por suscripción de forma anticipada.

Mientras, estallaba el golpe militar y empezaban los problemas. Tras los ensayos los músicos tenían que quedarse a dormir en casa de la familia Vitale, en Villa Adelina, por los toques de queda. Algunos miembros eran constantemente cacheados en la calle o incluso arrestados, lo de montar conciertos tuvo que hacerse con cuidado, y los productores a los que les ofrecieron grabar su material (el prestigioso Jorge Álvarez, por ejemplo) lo rechazaron por ser algo “peligroso”.

Fue entonces cuando se preguntaron, “¿y por qué no lo hacemos todo nosotros?”. Se constituyeron en cooperativa y en un par de años tenían dos discos, “Transparencias” y “Mágicos Juegos del Tiempo”, que combinaban rock sinfónico con un folk lírico muy particular. Y es al afrontar el tercero, “Cornonstipicum” (algo más progresivo), cuando se convierten en precursores de un sistema de financiación que podría haber cambiado la historia fonográfica pero que por el éxito brutal y avasallador de las multinacionales ha tardado cuatro décadas en empezar a cuajar (justo en su declive): el crowdfunding.

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Esther Soto, matriarca de M.I.A., en una foto reciente

La cooperativa ideó los llamados “vales de producción” -algo que Robe Iniesta, por poner un ejemplo de aquí, utilizó a su manera para pagar la grabación de su primer álbum con Extremoduro-, unos tickets que equivalían al pago del disco por adelantado, que además sería entregado a los fans en un concierto especial exclusivo. El método funciona, consiguen dinero incluso para grabar un disco triple en directo (“Conciertos”) y en 1979 emprenden su primera gran gira por toda Argentina.

«MIA educa y prepara a sus músicos integrantes para realizar tareas pedagógicas que les posibilite tener un medio de vida independiente”, decían a la prensa de la época. “En la agrupación no son solamente los músicos los que están, sino también la gente que ayuda a que todo esto camine. Nuestras propuestas básicas son dos: hacer la música en forma expresiva-artística y la otra es la parte pedagógica, o sea el aspecto de la enseñanza. Cuanta más gente haya que sepa tocar instrumentos, mejor, porque más gente habrá con la que podremos hablar el mismo idioma”.

La llama, sin embargo, se fue apagando según los integrantes de la cooperativa fueron sumergiéndose en proyectos personales e interesándose por nuevos ámbitos, hasta que el grupo dejo de funcionar como tal en 1982. En sus siete años de actividad ejercieron una enorme influencia en bandas de corte proto-indie como Patricio Rey y los Redonditos de Ricota (que de hecho grabaron con el sello Ciclo 3, con Lito como técnico y teclista), y su legado ahora empieza a ser muy reconocido. Este mismo año, el sello independiente argentino Viajero Inmóvil ha reunido grabaciones inéditas -incluso posteriores a la disolución de la cooperativa-, conciertos piratas y material descatalogado en un doble CD: “Archivos M.I.A. 1974-1985”.

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