fbpx

Entrevista ARCTIC MONKEYS y crónica de su concierto en Madrid

por

ArcticMonkeysZackery Michael--644x362Érase una vez cuatro muchachos que sólo querían tocar rock & roll pero que cambiaron el mundo. La historia es bien conocida, y de hecho es un hito importantísimo en la cronología de la debacle de la industria discográfica, citado infinidad de veces en todo tipo de coloquios sobre el tema. El arrollador éxito de Arctic Monkeys en MySpace, sin el menor apoyo financiero o promocional, desató el pánico en los despachos de las multinacionales, que de pronto vieron cómo su monopolio comenzaba a hacer aguas.

Sí, los Arctic Monkeys cambiaron el mundo, pero lo mejor de todo es que lo hicieron sin comerlo ni beberlo, ya que fueron sus fans y no ellos quienes en 2003 subieron su primera maqueta («Beneath the Boardwalk») a internet. «Nosotros ni siquiera sabemos manejar MySpace», decía su líder Alex Turner en las primeras entrevistas que concedían, aún estupefactos. «Fueron días muy emocionantes. Yo estaba muy contento por ellos», dice al teléfono Nick O’Malley (bajista), diez años después.

O’Malley habla de ese éxito inicial desde fuera porque en ese momento él no estaba en la banda, aunque formaba parte de su círculo de amistades. Hasta 2006 las cuatro cuerdas estuvieron en manos de Andy Nicholson, el único miembro fundador que no soportó la presión y que solicitó un descanso alegando fatiga extrema por el frenético ritmo de la gira de presentación de su debut «Whatever people say I am, that’s what I’m not».

Sus compañeros, ansiosos por seguir degustando las mieles del éxito, no pudieron ni quisieron esperar. Enviaron un cheque a
Nicholson por los servicios prestados y anunciaron que fichaban a un nuevo bajista: O’Malley. «Al principio la situación fue algo incómoda, pero todo se resolvió sin rencores. Seguimos siendo muy amigos», dice el entonces recién llegado al grupo.

ArcticMonkeys

Desde entonces, y siempre bajo el paraguas del sello independiente Domino, Arctic Monkeys han experimentado uno de los ascensos más fulminantes y meteóricos del rock internacional, acompañado de un discutible pero sin duda interesantísimo proceso evolutivo, tanto en lo estético como en lo musical.

En ambos sentidos, todos hemos sido testigos de su salto desde la adolescencia hacia la madurez, entregando discos cada vez menos urgentes y más matizados, y pasando de ser unos jovenzuelos esquivos para las fotos a convertirse en auténticos expertos en la pose de revista. «Es cierto, antes no nos gustaban nada las entrevistas, ni salir en la tele. Lo odiábamos, porque éramos muy tímidos y nos sentíamos fuera de lugar. Ahora estamos muy cómodos en las labores promocionales. Diría que Alex, que antes no podía con ellas, ahora incluso las disfruta», cuenta O’Malley.

2008 fue un año clave para ellos. Fue cuando conocieron a Josh Homme, líder de Queens of the Stone Age, un tipo carismático que goza de gran respeto en el mundo rockero. «Se podría decir que nos cambió la vida, sí», confiesa O’Malley. Homme, que produjo el disco de la discordia («Humbug»), fue quien les descubrió «una infinidad de posibilidades, especialmente a Alex, que está muy interesado por el aspecto vocal. En el futuro le veo como a un crooner, ¡jaja!». Desde la grabación de aquel disco Homme y los «monos» se han hecho grandes amigos, hasta el punto de que fue él quien los convenció para mudarse de su Sheffield natal a Los Ángeles. Fue trasladarse y producirse el cambio de look. De repente, Alex Turner se quitó el flequillo que le ocultaba la mirada y se hizo un tupé al estilo Elvis, guardó las zapatillas y el chándal en el armario y se calzó unas botas de punta y un traje de Armani. También se nota en los videoclips: en los primeros ni se les veían las caras, y en uno de los últimos («R U Mine?»), alardean frente a la cámara de lo cómodos que van en su limusina…

Cada nuevo álbum del cuarteto ha sido un éxito rotundo. Incluso los más criticados (como «Humbug» en su momento) fueron adquiridos en masa y bien recibidos por la prensa especializada. Por eso no es de extrañar que haya ocurrido lo mismo con «AM», su última entrega, en la que han dado un giro realmente sorprendente que ha irritado a algunos fans, pero que sigue figurando en lo alto de las listas de ventas. «Sí, claro que esperábamos que hubiera diferencia de opiniones respecto a este disco», asegura O’Malley. «El nuevo estilo que manejamos fue raro incluso para nosotros al principio, así que es normal que haya fans a los que les cueste cogerle el punto».

Casi todas las canciones de «AM» huyen de la efervescencia guitarrera que caracterizaba al grupo, y en algunos momentos incluso se acercan a un R&B sensual, glamouroso, nada gamberro. «Hemos madurado −explica O’Malley−, y ahora queremos mejorar el aspecto vocal de nuestra música por encima de todo. Y ser sexis. No habíamos hecho nada así hasta ahora. Antes no éramos nada sexis, estábamos demasiado cortados, ahora creo que sí lo somos». Los primeros efectos de este lavado de cara ya se han hecho notar, para satisfacción de los «monos».

«Al fin vemos a montones de chicas en nuestros conciertos. Antes no venían tanto, pero en esta gira lo estamos notando muchísimo. Espero que en Madrid ocurra lo mismo este viernes. Somos grandes fans de la noche madrileña. Después del concierto nos pasaremos por algún club e iremos a por todas, ¡jajaja!».

Monos árticos, calentamiento global

Se diría que ya pueden hacer prácticamente lo que quieran. Se lo han ganado. Si después del tremendo giro que han dado a su estilo siguen desatando las mismas pasiones, es que tienen la suerte (o el talento) del campeón. Su concierto del viernes así lo demostró. Cierto es que sus nuevos temas no logran levantar tanto a la audiencia, pero es normal. Los fans aún tienen que aprendérselos, y además son lentorros. Muy lentorros, como el «Do I Wanna Know?» que abrió el repertorio de la noche en el Palacio de Deportes, y que en lugar del clásico bailoteo desenfrenado provocó un gran coro siguiendo la melodía de la guitarra, esa guitarra que tan poca presencia tiene en «AM», su nuevo disco. Pero, baile o coros, lo mismo da si el recinto está prácticamente lleno (a 40 euros la entrada). Los Arctic Monkeys ya son intocables. Si no te gustan ahora deja de escucharlos, pero no creas que van a ir cuesta abajo…

Abrieron el show unos chavales llamados Strypes, tan jóvenes como los monos cuando empezaron, y que gustaron mucho a la muchachada. Los irlandeses fueron divertidos, dinámicos, aceleradísimos, clásicos y punks a la vez, pero demasiado evidentes y predecibles. Tenemos en España docenas de bandas que practican un rocanrol similar con mejores resultados. Lo mejor fue escucharles tocar con un sonido de lo más limpio, gran augurio para el resto de la velada.

Tras estos solventes teloneros, ya con Alex Turner y los suyos sobre un escenario dominado por dos gigantescas letras luminosas (una «A» y una «M»), la primera explosión nuclear llegó con «Brianstorm». Y es que por muy maduro, matizado y sereno que sea «AM», en directo los fans de Arctic Monkeys quieren saltar, brincar, subirse a los hombros de la pareja o del colega. Y eso no lo dan canciones como «One for the road», ni siquiera «Arabella», más movidita pero realmente mediocre dentro de un cancionero plagado de enjundiosos hallazgos de rock de garaje.

Turner exhibe tipito y lecciones de pose bien aprendidas. Mientras el resto del grupo se limita a tocar su instrumento, el rey mono conquista al público femenino con sus movimientos de mástil y/o cadera, con su tupé agitándose sobre la frente, dedicándole «I bet you look good in the dance floor». Es cierto que ahora hay más chicas en sus conciertos, y por supuesto se hacen notar. Se derriten con la voz de Turner y las hormonas flotan en el ambiente, que por momentos roza la acalorada histeria beatlemaníaca. Lo mismo ocurre en cada país que pisan los británicos, que se han convertido en unos expertos de la seducción indie a nivel global. El aire se carga tanto que incluso se agradecen las canciones más lentas de «AM», un agradable respiro a los empujones que los amantes de la primera etapa del grupo lanzan desaforados, como si no hubiera mañana (brutal maremoto el de «Teddy Picker»).

Cierto es que mientras a algunos (sobre todo a algunas) les calienta la cadencia R&B de «AM», otros se quedan fríos, congelados. Pero la riqueza del repertorio lo arregla todo. Los monos árticos han encontrado el equilibrio definitivo para sus conciertos, han aprendido a manejar el termostato. Quizá no el cronómetro… dejarlo a la hora y veinte minutos no gustó ni a unos ni a otros.

ENTREVISTA Y CRÓNICA PUBLICADAS EN ABC

Deja una respuesta

Ir a Arriba