LUCINDA WILLIAMS, oro puro (crónica del concierto en Madrid, 13 de junio)

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La más irresistible «outsider» del universo country volvió a dar la semana pasada en Joy Eslava una imponente demostración de espiritualidad, de pasión por la música, de inteligencia emocional y de alma emocional, y sin despeinarse. Bueno, ya venía algo despeinada. Quizá fuera cosa de la noche anterior, que según dicen por ahí compartió con su discípula Eilen Jewell -que también anda de gira por estos lares- a base de tapas y cañas. Incluso se diría que llegó algo cansada a la sala Joy Eslava, probablemente por el mismo motivo. Pero oigan, cuando más desganada y abatida, mejor suena Lucinda Williams.
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Toda su obra está impregnada precisamente de eso, de abatimiento. Ante lo cruel de la vida vivida con el corazón en la mano, ante el desencanto y la rabia incinerada en soledad. Es por eso que escucharla en directo sigue siendo una de las experiencias más recomendables y llenas de verdad de la música en vivo hoy en día.

Telonearon la velada Partido, en formato de dúo acústico. Mientras, la sala se llenaba de gente, buena señal teniendo en cuenta los más de 30 euros de la entrada. Si Lucinda tuviera una hinchada más joven, hubiera sido muy raro ver el lleno técnico registrado.

La cantautora de Lousiana arrancó las primeras ovaciones con «Car wheels on a gravel road» y «Blue» interpretadas muy a pelo, sin percusión. Y es que Williams ha decidido prescindir de la batería en esta gira. Una decisión algo cuestionable en varios tramos del concierto, en los que una entrada de caja, charles y bombo hubiera echado abajo el local.

Hay mucho que decir sin batería, no obstante, cuando se trata de Lucinda. Porque ella es oro puro y no necesita más adornos. Ese «Jailhouse Tears» interpretado al estilo Pimpinela -yo reprocho, tú reprochas- con su guitarrista, fue una verdadera delicia que arrancó gritos de adoración. Ver una cosa así en un bar de mala muerte en Nashville debe ser una experiencia religiosa. Y entonces suena «Drunken Angel», y ese nosequé punk que hay en el canto de Williams, se apodera de las almas de las mil y pico personas que abrían boca, ojos y casi esfínteres ante la sobredosis de autenticidad.

«Joy» y «Honey Bee» volvieron a hacer que se echara de menos a un baterista con el que mover el esqueleto (cuando tocó «Honey Bee» en su anterior visita, con batería, fue de lo más impresionante que he presenciado en mi vida), pero se olvidó rápidamente el pequeño disgusto cuando Williams atacó la versión de Bob Dylan «Tryin’ to get to heaven», y sobre todo entonó en castellano el «Adiós corazón amante» de Violeta Parra, en total soledad sobre las tablas. Siempre que viene a España la canta, y siempre se equivoca con la letra, pero el público se volvió loco. Y ese gesto de alumna que cree haber pasado el examen, lleno de ternura, hizo que nos enamoráramos un poquito más de ella.

PUBLICADA EN ABC

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