THE XX, dignos lloricas (La Riviera, 13 nov.)

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Este trío británico fue reconocido por la crítica más exigente al debutar con un disco que ganó el Mercury Prize, pero ya ha construido un fenómeno fan a su alrededor. Una suerte de contradicción histórica que quedó muy clara el pasado martes, en la primera de dos citas consecutivas en una Riviera abarrotada que recibió con gritos histéricos al grupo de moda.
The xx son todo un lamento musical, oscuros, melancólicos, y antisociales. Recién salidos de la adolescencia –ninguno pasa de los 22-, pero con una descomunal resaca de sus inexorables tribulaciones. El sonido cavernoso y acuático de su guitarra, todo un transporte directo a la soledad de una habitación con muchos posters y poca autoestima, es la base de una propuesta que enseguida huele demasiado a fórmula, a repetición de atmósferas lánguidas con ligeras variantes minimalistas. Pero The xx son unos lloricas con mucha dignidad. La que les da tener unas cuantas buenas canciones como “Angel”, que abrió este recital, el primero de su gira europea, entre chillidos parecidos a los que escuchan One Direction a su paso.

De The xx se dice que son gente algo nerviosa. Por eso llevan un equipo de casi 30 personas con ellos, incluyendo un cocinero para cada uno. Que esté todo bien controladito. Y por aquello de ser el arranque del tour, el trío hizo una prueba de sonido de cinco horas nada menos. Y funcionó, porque la penosa acústica de la sala fue derrotada una vez más.

Sin embargo ellos parecían incómodos no, incomodísimos. Pero es que ese es su “rollito”. La presión de la fama es algo que les aterra –algo que también se nota mucho en sus entrevistas, y que provocó la estampida de un cuarto miembro que no podía con ella-, así que cuando más grite el público, peor. Sólo en algún momento se les escapó esa sonrisilla que, descuido suyo, dejó ver que en realidad son humanos. Pero cumplieron su papel de chicos torturados a la perfección.

La cantante y guitarrista Romy Madley supo plasmar con sobresaliente esa emoción terriblemente contenida que suena en sus discos, el bajista –y también cantante- Oliver Sim apuntaló el dinamismo escénico al tocar como si estuviese sacando el lado divertido de una posesión demoníaca, y Jamie xx (programaciones y percusiones) clavó sus beats en un show que mostró un ligero crescendo electrónico. Para delirio del público (algún treintañero, y una sorprendente multitud de chavalillas que daban un ambiente muy Pereza), sonaron “Fiction”, “Crystalized”, “Reunion”, “Infinity”, “»Tides» y «Stars». Y al final, los de las equis dieron las gracias, y todo.

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