Blues por prescripción médica – HUGH LAURIE en el Circo Price (25 julio, Madrid)

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No es un mal disco «Let them talk», pero si el Circo Price de Madrid vivió un día grande fue por el morbo de ver cómo se defiende un artista recién estrenado como multidisciplinar: Hugh Laurie, el médico más famoso de la televisión reciente, pero también uno de los cacos de «Solo en casa» y otros papelillos que seguro ya se ha fumado.

Nuestro querido doctor House comenzó al piano con un blues crepuscular y tremendista en la onda de Tom Waits, plasmado en una «St James» que dio para mucho: al terminarla, Laurie relató una impagable explicación de los orígenes de la tonada con esa dosis de socarronería que tantos esperaban, y sin la que, todo hay que decirlo, hubiera resultado un concierto raro, raro.

Laurie asume que el público está viendo a House tocar en directo esos blueses que insinúa en la serie, y no huye del rol sino que lo redirige con irresistible simpatía, incluso reconociendo sus limitaciones – que no son tantas- en comparación con los monstruos que le acompañan sobre el escenario.

Ya con el público en el bolsillo, pidió ayuda para cantar «Let the good times roll», habló de su pasión por Leadbelly y se calzó la guitarra para tocar «You don’t know my mind» con un porte que ni Woody Guthrie. Entre canción y canción las carcajadas continuaban desatadas por un Laurie bromista y, de nuevo, instructor. «Es el turno de Mahalia Jackson» -más tarde explicaría que «Summertime» es un plagio de «Dear Old Southland», entre otras perlas historiográficas-, dijo este amante confeso de aquella intérprete galáctica, a la que la banda brindó una fiel «Battle of Jericho» mientras su líder actuaba como si del rodaje de una película bíblica se tratara, gesticulante e imponente.

Cada vez que Laurie mencionaba a la figura del blues o el jazz vieja escuela de turno, la audiencia lanzaba una ovación que le llenaba de júbilo. «Conocéis a todos! Ahora, Buddy Olden», exclamó alegre, para después dejarse llevar por la música con una sonrisa tontorrona mientras le daba a las teclas de su piano.

Por la calidad del repertorio, por la soltura en la ejecución, y por la emoción que a todas luces recorría su rostro, se vio anoche que lo suyo con el blues no es ni de lejos un capricho. Es mejor pianista que cantante – según el registro podía estar muy convincente o casi anodino- pero tenerlo -el blues-, lo tiene.

«Unchain my heart», «Junko’s Partner», una deliciosamente algodonera «Waiting for the train»… El álbum de fotos del blues fue recorrido con una maestría, una irreverencia -llegó a servirse unos chupitos de whisky en el escenario- y un brío que nos recordó que, en los tiempos que corren, esta música debería escucharse por prescripción médica.

PUBLICADO POR NACHO SERRANO EN ABC

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