El guitarrista alemán volvió por sus fueros una vez más en una animada Sala Arena que registró tres cuartos de entrada para contemplar el majestuoso arte de este príncipe de las seis cuerdas. En la gira “Temple of Rock”, destacaron -como no podía ser menos- los ex Scorpions, Francis Bucholtz al bajo y Herman Rarebell a la batería, el simpático Doogie White a la voz, y el sempiterno escudero M.S.G., Wayne Finley a la guitarra de acompañamiento y teclados.
Qué magisterio el suyo. Qué noche la de aquel año. Nuevamente volvieron a trotar caballos salvajes por el mástil de Michael Schenker, que se hace acompañar de unos modelos Dean FlyingV personalizados que quitan el sentido. La guitarra en forma de hacha rugió como una motosierra, desprendiendo acerado látigo en forma de punteos y melodías siderales, talento desaforado. Un concierto redondo.
Desde los primeros compases de “Into the arena” todo fue pura delicia, más cuando la banda decidió dar rienda suelta a la pasión rockera que llevan dentro y liberar al genio de la lámpara maravillosa.
Así pudimos disfrutar de unas mayúsculas “Armed and ready”, “Lovedrive” y “Another piece of meat”, tocar el cielo con “Cry for the nations”, “Let sleeping dogs lie”… y surcar los mares del sur, con el bellísimo instrumental “Coast to coast”, antes del ataque frontal: “Assault Attack”, “Before the devil knows your death”.
Rebasado el ecuador, vendrían los platos fuertes de la velada: la sinfónica y deliciosa “On and On” y un buen festín del repertorio U.F.O.: “Lights out”, “Let it roll”, Shoot shoot”, más “Rock you like a Hurricane” de Scorpions, inmensas piezas que brillaron salvajes, especialmente diamantina “Rock Bottom”, otro clásico que nunca puede faltar. La preciosa balada “Holiday”, el seco trallazo “Blackout”, más el himno por antonomasia “Doctor Doctor” pusieron definitivamente el broche de oro. En resumen, un prodigio de la naturaleza en cien minutos para recordar. Ya no salen guitarristas ni melodías así, frases tan bien elaboradas, hechas con tanta pasión. Si Mozart, Bach y Beethoven levantaran la cabeza, dirían: “Michael Schenker es uno de los nuestros”.