Bienaventurados los que se preocupan por el bienestar de un artista sobre las tablas, porque ellos heredarán los mejores bises. Al ritmo de la frenética “Sheena is a punk rocker” que tantas veces bailó en el CBGB, el veterano songwriter neoyorquino Willie Nile se despidió la noche del martes de unos fans que entendieron a la perfección su forma de ver la vida en directo, que captaron su increíble ansia por agradar, la fagocitaron, la digirieron y se la devolvieron desde el sacro suelo de El Sol con vehemente entrega, con sincero agradecimiento.
Qué saludable es ver al viejo Willie levantando el puño ante los aplausos, señalando uno a uno a los espectadores que más le están subiendo la bilirrubina, girarse hacia atrás y contemplar todas esas sonrisas una al lado de la otra, hasta el mismo fondo de la sala.
Porque no hubo lleno total pero lo pareció. Fue una de esas veladas en las que parece que están todos los que son y son todos los que están. Comunión fraternal y sensación de privilegio, lo llaman.
Se arrancó el cuarteto con fuerza inusitada, locomotora de rock americano a toda máquina, palpitante y resucitadora, mostrando unas cartas ganadoras con nuevos ases como la inédita “Holy War”, perteneciente a su próximo trabajo. “Grabar si queréis, pero por favor, no lo colguéis en internet hasta que salga el disco”, pidió ingenuamente este juglar de otro tiempo, gran amigo de Springsteen, ojito derecho de Lucinda Williams, debilidad de, glups, Bono.
Acompañada por Jorge Otero (Stormy Mondays) a la guitarra, la banda transitó por los pequeños milagros de la nocturnidad neoyorquina (“Vagabond Moon”), la cruda identificación con el perdedor (“Innocent Ones”), el grito de camaradería (“House of thousand guitars”), en un repertorio desplegado a pleno pulmón y sin perder el menor fuelle durante más de una hora y media de recital, versión de “Keep on rockin’ in the free world” incluida.
Fue llamativo el número de veces que Willie consiguió llevar a su audiencia a lo más alto, pero también fue fácil percibir cuándo ésta bullía por dentro con más intensidad. Y no siempre era al son de altos decibelios, pues canciones como “Love is a train” y “Streets of New York”, con Willie solo al piano, crearon en El Sol esa sensación de estar viviendo algo realmente importante, esa instantánea de realización y gloria, un momento que será necesario recordar de cuando en cuando. También cuando veamos al Boss hacer exactamente lo mismo, pero frente a un número de gente cien veces mayor.
Publicado por Nacho Serrano en ABC