Género: Rock progresivo
PUNTUACIÓN: 7,75
Se reedita el primer álbum del alma máter de Jethro Tull, el caballero (oficial del Imperio Británico, nada menos) sir Ian Anderson, publicado allá por 1983. Para los que no conozcan a los Tull, comiencen antes por comprar “Thick as a Brick” y “Aqualung” -en los tiempos que corren quizá sería más apropiado recomendar su escucha por streaming, pero son dos joyas imperdibles por las que sí vale pena rascarse el bolsillo-. Si aún se tiene algún billete de recurso en un doblez oculto reservado a la última copa del sábado noche, adquirir esta reedición de uno de los álbumes pioneros de la fusión entre la música electrónica con el rock progresivo sin duda será un acierto y puede que cambie una mala resaca de garrafón por un disco notable. Mayor acierto, sin duda.
La obra nos hace retrotraernos hacia ciertas instantáneas mentales de ochenterismo británico. La pátina grisácea que dejó el tatcherismo en la retina de muchos cineastas y que aún se aprecia en múltiples fotografías de la época -las privatizaciones del sector público, las revueltas sindicales, las Malvinas, el perenne y almidonado peinado de la Dama de Hierro- se recoge de un modo sutil, metafórico al uso Tull, en las letras de este trabajo que, sorprendente y contrariamente a lo esperable por la acusada vertiente experimental con el que fue concebido, casa bien, muy bien incluso, con el paso de los años.
Anderson explica en las páginas del libreto que acompaña el disco sus inquietudes de por aquel entonces, las que le impulsaron a triscar el sonido Tull con samplers y sintetizadores. A la sazón “nueva tecnología” con la que Anderson juega, hoy habitual en cualquier obra menor, se mantiene fresca en cada uno de los temas, componiendo un paisaje acústico notable, sin estridencias ni altibajos. No obstante, entre las pequeñas gemas destacan diamantes de muchos quilates, “Toad in the hole”, “Trains” o la homónima que da título al álbum.
Walk into light se sustenta sobre una arquitectura sonora de “cuidadosa experimentación” perfectamente ensamblada con los habituales arreglos Tull: guitarras, reminiscencias al pasado y los inevitables toques de flauta del músico escocés, aquí más un guiño a sí mismo o un elemento distintivo que un inseparable compañero de viaje para los teclados electrónicos del camarada de travesuras en Jethro Tull Peter-John Vetesse, amén de la elegante cadencia vocal del flautista más famoso del universo rock.
Incluso desprovisto de la retórica de Anderson, para aquellos que ignoren a qué se refieren los textos de las canciones, los que no sepan inglés, los que sean demasiado jóvenes para identificar la carta de ajuste que muestra la portada o los que, literalmente, les importe un comino un bodegón figurativo de un tiempo pasado en la por entonces nada seductora Pérfida Albión, todos ellos hallarán un notable prisma sonoro, sin necesidad de ir más allá. Nada más se necesita para disfrutar de una obra de las que, tras su escucha, sólo puede concluirse que cualquier tiempo pasado fue mejor.