Los KINGS OF LEON marcan en el descuento – Crónica de su concierto en el Palacio Vistalegre de Madrid

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Con el recuerdo de su magnífica actuación en el FIB de 2007 en la mente nos dirigimos hacia el Palacio Vistalegre de Madrid, en cuyos aledaños encontramos el ambientazo de las grandes ocasiones. Largas colas, gente corriendo, seguratas muy, muy nerviosos. Y demos aquí el primer apunte de crítica: hubo mucha organización, pero muy mala. Entrada en mano, preguntamos a unos ocho miembros del staff por nuestra ubicación, y cada uno nos mandó a un sitio diferente. Mucho pinganillo, pero ni puta idea de dónde estaba cada cosa…

Pero vayamos a la música, que es lo que interesa. El comienzo del concierto fue tibio, como manda la tradición con estos tipos a los que siempre cuesta calentarse algunos minutos. Tenían el recinto abarrotado, pero ni por esas. Tocaron los tres primeros temas (“Crawl”, “Molly Chambers” y “Radioactive”) como si estuvieran en un ensayo, sin siquiera mirar a la audiencia, y de acuerdo, es su estilo, pero es que el sonido era poco menos que espantoso, con un bajo tan recargado que incluso llegó a afear el temazo que es “On call”. Lo que sí sonó a las mil maravillas fue la voz de Caleb Followill, un valor seguro sin el que esta banda lo tendría realmente difícil para destacar tanto en el panorama rockero internacional.

De los últimos dos trabajos de la banda sonaron canciones como “Revelry”, “Mary”, “Notion”, “Pyro” o “The immortals”, que no obtuvieron el mismo recibimiento que “clásicos” como “Fans”, “Four kicks” o “The Bucket”. Y es que, especialmente si el sonido no acompaña, un tema como “Manhattan” (de “Only by the night”) no tiene nada que hacer con otros como, por ejemplo, “Knocked up”, un pildorazo energético que levantó los ánimos a la parroquia en la segunda mitad del show.

Aunque el público estuvo bastante entregado toda la noche, en la pista se notaban mucho los bajones de intensidad, seguramente provocados por una atmósfera que no pudo o no supo llegar al éxtasis más que en tres o cuatro momentos puntuales, en los que la banda tocó para un coro de casi 10.000 personas. Sí ayudó el creciente desmelene de Caleb, que fue compartiendo impresiones con sus hinchas a medida que se acercaba el final. “Gracias por cantar con nosotros… Permitidme que yo también me emborrache”, dijo soplando un buen trago de su cubata. Se le puede poner una pega: en sus dos últimos trabajos, reincide en el mismo tipo de fraseo vocal excesivamente. Pero es un buen front-man, sobrio pero con gran presencia.

A la hora y diez minutos llegó el momento del paripé de los bises. Paripé, porque los bises deberían ser un un extra que llega después de una actuación ya completada, gracias a una audiencia que convence al artista que ya ha cumplido su parte del trato, para que vuelva al escenario como un regalo desinteresado. Pero se han convertido en algo milimétricamente medido, que rellena el minutaje de un modo vergonzoso. Casi todos los grupos han caído en esta estúpida farsa, que cuando se produce a la hora y diez minutos como ayer, provoca el sonrojo.

En el segundo bis, “Sex on Fire”, ese tema que puedes escuchar en garitos pijos, el recinto estuvo a punto de venirse abajo. Pero eso ocurrió con el broche final, una demoledora “Black thumbnail” que no dejó títere con cabeza. Duele pensarlo, pero dio la impresión de que la banda sólo se dejó la piel ahí. De repente, los cinco músicos sufrieron un impactante arrebato energético –uno no quiere pensar que se alegraban de poder irse ya al hotel- que cambió el escenario por completo, rozando esa intensidad que sólo gente como AC/DC puede ofrecer. Entonces soltaron sus fuegos artificiales y la cosa terminó. Dios, ¿por qué no habrán empezado a hacer esto antes?, pensó más de uno. Con la adrenalina a flor de piel, desalojamos satisfechos, pero no alucinados.

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