Crónica – Concierto de ZZ TOP (La Riviera, 14 de julio)

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Hay riffs que deberían ser declarados Patrimonio de la Humanidad. Por ejemplo, el de «(I Can’t Get No) satisfaction», el de «Whole Lotta Rosie», de AC/DC… y «La Grange», de ZZ Top. Escuchar semejante tema en directo podría equivaler, para un amante de la pintura, a estar en la Capilla Sixtina poniendo a prueba las cervicales. Esta es más o menos la sensación con la que uno entra en el recinto en el que van a actuar Billy Gibbons, Dusty Hill y Frank Beard. Pocos consiguen crear esa atmósfera de «gran momento».

Eso sí, resultaba curioso, mientras uno se acercaba a la sala madrileña, cruzarse con aquellos que se dirigían al concierto de Black Eyed Peas en el Vicente Calderón. Perfectamente distinguibles unos de otros…

Para lo que nos tiene acostumbrados la Riviera, no etuvo mal el sonido conseguido en esta ocasión para escuchar a los astros tejanos. Ellos, encima del escenario ofrecen la imagen de unos chavales de sesenta años que se están divirtiendo con lo que hacen (muchas sonrisas y bromas durante la primera parte del recital), aunque todo ello con suma profesionalidad. Porque el concierto comenzó con exquista puntualidad, a las 21;00, y  a las 22:20 ya estaba el asunto liquidado. 

En medio, un repaso a la discografía del trío, a la espera de un nuevo disco que se anuncia ya próximo, con la producción de Rick Rubin. También hubo tiempo para algunos homenajes, como «Rock me baby» para B.B. King y «Hey Joe» para Jimi Hendrix (a quien precisamente Gibbons teloneó de joven).

Pero la ráfaga buena de verdad llegó en el último tramo, a partir de «Gimme all your lovin». A esta siguieron las composiciones que forman la artillería pesada de los barbados: «Sharp dressed man», «Legs», y, tras un mínimo descanso, «La Grange» y «Tush».

Desde 1994 que no veíamos por Madrid a los reyes de ese blues-rock tejano que un día se vistió de ochentero, lo que les valió un enorme éxito. Hoy vuelven a sus raíces, y solo se permiten la frivolidad de mostrar, durante unos minutos, a dos muy bien formadas señoritas cuyo único cometido fue el de llevar a Gibbons su sombrero vaquero. Barbas, gafas oscuras, botas, batería con calaveras, desfile de guitarras, chaquetas negras con motivos florales… y la demostración  de que estamos ante uno de los mejores guitarristas del mundo. Es todo lo que necesitan para hacer rodar ese gran trailer de sonido que parece atravesar la Ruta 66 bajo el sol abrasador del desierto. Alguien, a la salida, comentó: «Anda que… igualito que los Black Eyed Peas».

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