MUSE, epatando que es gerundio – Crónica de su concierto en el Palacio de Deportes de Madrid

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Igual que Pink Floyd en su etapa gigantista, una de las cosas más interesantes de cada nuevo disco de Muse es su puesta en escena. Con su anterior trabajo, «The Resistance», ya dejaron alucinados a los cientos de miles de personas que fueron a ver sus shows de presentación, en los que el trío aparecia subido en gigantescas torres desde las que brotaban lasers y luces multicolor. Esta vez la expectación era mucho mayor, pues ya es bien sabido que si algo caracteriza a esta banda, es que nunca da un nuevo paso si no va a ser más epatante que el anterior, forzando los límites del personaje Muse hasta que esté a punto de estallar en mil pedazos. Y, casualidades de la vida, la escenografía del tour «The 2nd Law» está inspirada en «The Wall». ¿Qué nos habrán preparado esta vez?
Calentaron el ambiente unos teloneros a priori de lujo, The Joy Formidable, otro trío, galés en este caso, que ha publicado dos estupendos discos de rock épico muy apetecibles para el directo. Curiosamente no tocaron para un recinto semivacío como suele ocurrir a las bandas de aperitivo, sino que cerca de 12.000 personas contemplaron su propuesta. Y decimos contemplaron porque poco pusieron de su parte, dejando silencios entre tema y tema que llegaron a ofuscar al bajista, que pedía acción a las primeras filas sin mucho éxito.
Pese a su final demoledor, no dieron todo lo esperado: se diría que es en el estudio donde se vuelven más salvajes. En lugar de en el escenario, donde se mostraron algo escasos de potencia al interpretar uno de sus más contundentes temas, el single «Austere».

Entonces llegó la hora del verdadero espectáculo. Pero antes, otro espectáculo: el del montaje del nuevo escenario, que ya dio pistas de que la cosa iba a ser muy, muy grande. Un gran semicírculo de pantallas gigantes hacía presagiar que la cuenta atrás desmbocaría en el mayor espectáculo del mundo.
Con un llenazo como pocas veces se ha visto -en otros sold out en el Palacio de Deportes la pista no lucía tan apretujada de gente-, Muse salieron para arrasar con todo, abriendo con una «Unsustainable» de dubstep huracanado y terrorífico. El technicolor invadió todo el recinto dejando petrificados a los 18.000 fans -el escenario en semicírculo permitió ampliar el aforo-, que a la primera de cambio vieron que mereció la pena comprar la entrada con meses de adelanto. Un fan de Muse no puede perderse esto bajo ningún concepto. Sus discos, al menos los más recientes, no tienen sentido si uno no guarda en la retina mega-espectáculos como el de ayer al escucharlos en casa.
El segundo tema lo dijo todo: «Supremacy». Su superioridad en esto del rock épico es casi dictatorial, no deja la menor posibilidad a sus competidores. Eso da seguridad, chulería escénica. Hace creíble lo increíble. Y es que ese mesianismo del que hacen gala en sus álbumes cobra verdadera vida en estos descomunales directos, en los que Matt Bellamy se mueve, arenga, guitarrea y canta como un profeta, y con calidad, oigan. En pocos minutos hicieron justicia a la leyenda, con un sonido bestial (apoyados por un cuarto músico en la sombra, suponemos que Morgan Nicholls, pero, si de verdad no hay pregrabados…) y una ejecución de puro escalofrío.
Mientras, la mesa de control de luces y sonido, también impresionante, se afanaba por sacar adelante la monstruosidad entre la «Hysteria» que Muse desplegaba sobre las tablas. De repente, cuando algunos daban un respiro para salir del shock, una pirámide invertida llena de pantallas que mostraban a los tres músicos en acción descendió desde el techo para ser adorada por las diez primeras filas, verdaderos talibanes que no pararon de cantar y reverenciar a sus Muse del alma.
Las diferencias entre los fans que detestan sus últimos dos discos y los que no se hicieron notar en algún momento, como en el principio de «The Resistance», pero en el fondo todos querían llevarse un buen sabor de boca, así que todo el público estuvo entregado a la causa.
La pose perfecta, ultra-cool de Bellamy -hasta su chaqueta era alucinante- se vino abajo, y nunca mejor dicho, cuando en «Panic Station» se tropezó al subir las escaleras que le acercaban a las gradas de su derecha. Traspiés, y al suelo de boca. No fue nada: se levantó cono si nadie le hubiera visto y siguió adelante, seguramente pensando en los miles de vídeos que sus queridos fans subirían a YouTube horas después, para inmortalizar el divertido momento.
El arranque de «Animals» fue un bajón en toda regla, con el trío como a medio gas, pero, cachondos ellos, era sólo una broma. Tras la primera vuelta de compases el volumen se triplicó levantando otra vez al personal. Justo después, mientras Bellamy se ponía al piano para interpretar «Explorers», el famoso dj Carlos Jean se acercaba a por un perrito caliente a uno de los puestos del pasillo. Hizo bien. Quedaban emociones fuertes para rato.

«Time is running out», coreada y saltada por toda la audiencia, dejó a Bellamy con una sonrisa en los labios. Las puestas en escena de «Madness» y «Undisclosed Desires» fueron insuperables, haciendo olvidar la polémica que rodeó a sus descolocadores ritmos de r&b. Las pantallas mostraron en primer plano sus caras de dolor, de drama épico, mientras hits como «New Born» -con la pirámide bajando hasta engullir al grupo, igual que cuando a Pink Floyd se les dejaba de ver al completarse El Muro-, «Knights of Cydonia» o el final con la olímpica «Survival» llevaban al público hacia el puro testimonio. La noche les salió a pedir de boca. Llegaron, epataron y vencieron.
AMPLIACIÓN DE LA CRÓNICA PUBLICADA POR NACHO SERRANO EN ABC
SETLIST
1. Unsustainable
2. Supremacy
3. Hysteria
4. Super Massive Black Hole
5. The Resistance
6. Panic Station
7. Animals
Drum and bass solo
8. Explorers
9. Falling Down
10. Host
11. Time is running out
12. Liquid State
13. Madness
14. Follow me
15. Undisclosed Desires
16. Plug in baby
17. New Born
18. Isolated System
19. Uprising
20. Knights of Cydonia
21. Starlight
22. Survival

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