SERRAT, SABINA y el cigarro feliz de Los Yébenes

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Ya saben aquello de que la primera vez nunca se olvida. Ayer se cumplió en el Palacio de Deportes, en el primero de los dos conciertos que la dupla de oro del cantautoreo español ofrece en la capital para presentar «La Orquesta del Titanic», un disco rodeado de aplausos y polémicas (por cierto, ayer se supo que han decidido cerrar la gira en Argentina). Parecía el de ayer un concierto con el público medido al peso: quinientos metros de distancia al escenario no parecen cosa buena para ver a estos dos artistas, y ahí estaban esos puestos de venta de prismáticos en los pasillos del recinto para intentar remediarlo.

Y así, como en un domingo de hipódromo, con la pista llena de sillas ocupadas por una parroquia bastante talludita, arrancó la actuación con aquello de «Hoy puede ser un gran día» como si del show de Miliki y compañía se tratase. Una introducción de carpa y neón en la que sólo faltó el «cómo están ustedes», pero poco después se quedaba sólo Serrat en el escenario para darle un poco de emotividad sincera al asunto con «Y en embargo», a pesar de un pequeño susto con la garganta.

En las pantallas, la famosa escalera del Titanic vio bailar claqué -como lo oyen- a Sabina, muy sonriente toda la velada. Fue en realidad el maestro de ceremonias, ganándose al público con confesiones como «una vez me fumé un cigarro de esos, que me puso más feliz que la concejala de Yébenes».

La propuesta es curiosa aunque ya conocida. Siempre tiene interés ver a estos dos colosos de la canción juntos, y el caso es que a los dos se les vio claramente relajados en la faena. Quizá en exceso, dejando colarse el puro trámite en algunos momentos. Y demasiados monólogos, demasiados. Aunque el de Serrat contando cómo despierta a su compañero por las mañanas, «hecho una piltrafilla», fue de órdago.

Entonces salió de nuevo Sabina y quedó clara la receta del show: alternativas de protagonismo, intercambios de repertorio, subidones en el público -por ahí andaba alguno de Los Secretos- cuando retornaban los dúos, chascarrillos, algunos sólo resultones, y muchas, muchas canciones inolvidables («Nací en el Mediterráneo», “Princesa” y la rumba rancherizada de “19 días y quinientas noches» las más coreadas), sobre todo en esta primera vez. Repetir esta noche, con todo ese vodevil carente de espontaneidad, tampoco es que resulte excesivamente atractivo.

PUBLICADO POR NACHO SERRANO EN ABC

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