JACK WHITE conquista La Riviera sin despeinarse

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El primer concierto de la era «IVA al 21 por ciento» en Madrid resultó en un llenazo incontestable en La Riviera. No era para menos, teniendo sobre las tablas a uno de los pocos personajes que ha llegado a la altura de icono en la última década del rock. Es más, se diría que hay por ahí unos Kings of Leon, Arctic Monkeys, Black Keys y un medianamente largo etcétera, pero ninguno de ellos tiene una efigie tan monumental en el subconsciente colectivo como Jack White, un tipo que guste o no, personifica el rock del siglo XXI, es quizá su última estrella.

En directo, White presenta su debut «Blunderbuss» con una envoltura escénica de azules intensos que parece apelar a esa teoría según la cual, diferentes estilos no sólo crean diferentes atmósferas, sino que también inspiran diferentes colores. Con los White Stripes su música era roja, en solitario es azul. Menos visceral, más cerebral. Pero si uno no se anda por las ramas concluirá que es lo mismo que hacía con los Stripes. Un rock de alto voltaje que combina lo mundanal con lo genial siguiendo una fórmula muy precisa que sólo Jack conoce, y que consigue evocar ciertos hitos del género con razonable acierto.

Anoche, la inmediata conquista del público desde el minuto uno fue uno de esos momentos que quedan en la retina. Los fotogramas de la implosión de carisma de White, que hace gala de uno de los mejores postureos guitarreros desde Jimi Hendrix (que era muy amarillo, por cierto), parecieron sacados de un guion cinematográfico y absorbieron la atención de toda la sala.

El clasicismo y el manejo del silencio en el riff, y la frescura en el fraseo vocal son las piedras angulares del encumbramiento de White, y en directo, con este nuevo repertorio, son valores que se convierten en el mayor exponente de que la influencia de este músico en el nuevo rock se hace más palpable con «Blunderbuss», que con el idolatrado cancionero Stripes. Ahí estuvieron las poderosas «Sixteen Saltines» y «Freedom at 21» -una al principio y otra al final- para atestiguarlo frente a las palmeras de La Riviera: igual de efectivas que cualquier hit de su carrera, pero más elaboradas y afiladas.

«Dead leaves and the dirty ground» fue el segundo tema, la primera señal de que en el concierto habría una tercera parte de repertorio de White Stripes. Ningún problema para el público, que estuvo esperando durante hora y cuarto el gran himno, el «Seven Nation army», conteniendo el aliento para darlo todo con ese himno que ha llegado a conquistar los campos de fútbol. Llegó justo al final, dando a la hinchada el momento catárticohortera que no podía faltar.

Y, qué quieren que les diga… si yo fuera muy fan de este músico seguramente me tocaría bastante los cataplines la apropiación del rollo futbolero, y en concierto me quedaría bien callado para evitar recordar tanta payasada con la roja y demás. Pero es que incluso a White le va el asunto, pues justo ahí le pidió al público que cantara más alto en uno de los pocos momentos en que se dirigió a él. Tampoco es que estuviera seco con sus fieles, en realidad se sacó de la manga instantes muy divertidos como el del country de «Hotel Yorba», y de cuando en cuando sus inquietantes miradas crujían con una gran sonrisa de satisfacción. Pero no se despeinó mucho el bueno de Jack, no. Tenía a la gente a sus pies, casi se diría que demasiado, porque amigos, el concierto estuvo bien, con una dinámica perfecta y ejecuciones de «ole», pero no resultó matador. White dio la impresión de estar «trabajando», como si estuviera poco interesado en forzar la máquina para hacernos estallar en pedazos. Como si le apeteciera estar haciendo otra cosa. Fueron contadísimos los momentos de descaro, de furia real, sentida, adrenalínica. Con un 75 por ciento de entrega le pareció bien, y al público también. Inconvenientes del superávit de molonidad…

No tocó «Love Interruption», quizá porque encaja mejor con la banda de chicas (The Peacocks), que por cierto seguramente suena mejor que la de chicos (The Buzzards) -se turnan según le dé a White ese día-, poco relevante y con un baterista que peca de falta de mesura en el relleno de huecos. Sí sonaron «Steady as she goes» de The Raconteurs, «I Cut Like Buffalo» de Dead Weather, «My Doorbell» y «The Hardest Button to Buttonun», «You’re Pretty Good Looking» y «We’re Going To Be Friends» de White Stripes, una excelente «Trash Tongue Talker» al piano (para mí, de lo mejor de la noche)…

En poco más de hora y media de sonido poco aceptable -en La Riviera es tan raro que el rock suene bien…- White dejó claro que es un figura, un tipo con talento para vestir canciones resultonas con ropajes que las hace brillantes, con la elegancia y clase suficiente como para transmitir un gran respeto por las raíces sin dejar de chorrear frescura. Pero duele en el alma que te miren raro por pensar que esto no puede ser lo mejor que tiene que ofrecer el rock en 2012.

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