De los tres conciertos a los que acudimos esta semana, dos resultaron en decepción. Y precisamente los dos más anhelados: el de Maronda y el de Fleet Foxes. La banda formada por Pablo Maronda y Marc Greenwood actúo el jueves en la sala Costello, y aunque no dieron un mal concierto, tampoco fue bueno. Les telonearon El Gel de Onán, con un cantante muy entregado y un guitarrista que es todo un espectáculo (milagro que con sus dos metros no se diera ningún cabezazo contra la bóveda), dando un show más que aceptable y contando con casi más gente viéndoles que los propios Maronda, que después subieron al escenario dando la sensación de no estar muy metidos en el ajo. La ejecución, correcta pero no brillante, estuvo un poco lastrada por la actitud algo complaciente de la banda. Cosa inexplicable, con el discazo que les tocaba defender. Fue como si no creyeran demasiado en él, o como si se hubieran dejado influir por la baja asistencia a la sala. Aun así, «Impresionable», «Cambiada» o «Sin Ministerio» nos dejaron satisfechos con la velada.
Lo de Fleet Foxes, al día siguiente en La Riviera, fue frutrante de veras. Gente hablando a voces sobre su hipoteca y vasos cayéndose en las barras reventaron por completo una actuación que prometía viaje astral. La banda cumplió su papel a la perfección, las voces afinaron maravillosas, el grupo lo clavó todo, pero el sonido no acompañó y el respetable no respetó. Qué podía esperarse, de todos modos… se necesita silencio abosoluto para disfrutar de las armonías de los de Seattle, y eso es imposible en La Riviera. Buena cagada del Primavera Club.
Contra todo pronóstico, el recital que más nos gustó fue el de Noel Gallagher, el sábado también en La Riviera, que para esto sí funciona a la perfección. Viejos amigos se reencontraron en la sala para contarse cómo les va la vida mientras cantaban abrazados los clásicos de Oasis. El hermanísimo estuvo muy bien, comunicativo y enérgico, firmando una estupenda actuación que cuplió los objetivos de la audiencia.