Crítica – LA SONRISA DE JULIA «El hombre que olvidó su nombre»

por

Sello: Warner
Género: Pop-Rock

PUNTUACIÓN: 5

Algunos de los que consideramos que el alarido de Roger Daltrey en “Won’t Get Fooled Again” debería ser considerado patrimonio de la humanidad nos resulta realmente difícil tener que analizar discos como la última creación de La Sonrisa de Julia. Habida cuenta de que comparamos peras con manzanas, podemos pecar incluso de injustos, quizá, al valorar trabajos tan irreprochables como “El hombre que olvidó su nombre”. Un compacto que entra a la primera, como un café caliente en una mañana de enero, suave y reconfortante, sin necesidad de trepanarnos el cerebro con machaconas repeticiones de radiofórmula. No esperen por tanto un orujo directo al estómago sino un álbum bien ligado, pop sin espinas que reposa en una producción sobresaliente y con certeros atrevimientos complejos como el de incrustar secciones de viento en cortes como “Extraño”. Las guitarras se convierten en uno de los elementos diferenciadores del cuarto trabajo de la banda liderada por Marcos Casal. Así, “Ábreme”, la canción que inaugura el disco, se apoya en un estupendo punteo de cuerda, más pesado de lo que cabría esperar de un grupo de corte tan marcadamente melódico. Lo mismo ocurre en “Loco”, quizá la más rockera de las composiciones. O riffs como el que inaugura el sencillo “Negro”, que recuerda inevitablemente a los Tam Tam Go de los noventa, invaden de frescura un trabajo limpio.No todo son parabienes. “América”, sin duda una las canciones que mejor acogida tendrá por ser una balada reivindicativa guiada por acordes canónicos de piano y culminada por un estribillo que conquista por su sencillez, cae en el oscurantismo a raíz de una letra demasiado críptica, al igual que ocurre con la envolvente “El hombre que olvidó su nombre”. Un empeño, el de recorrer sendas intrincadas para hallar un conceptismo que requiere la comprensión cómplice de la audiencia, cada vez más extendido y que llega incluso a rozar a grupos ya consagrados como La Sonrisa en cortes concretos como “Puedo”.

En el panorama actual del pop español se confunde el lirismo con la endeblez, la innovación con el rebuscamiento, el intimismo con la gazmoñería. El enfoque de muchas canciones produce letras que se alejan en general de los tópicos pero que se antojan pretenciosas en la construcción de un mensaje distintivo, cayendo asimismo en un lugar común cada vez más extendido: la búsqueda efectista de la diferenciación. Se observa una tendencia al engolamiento en la voz, independientemente de la capacidad vocal de los cantantes, un tonillo nasal forzado, a finalizar cada frase con una artificiosa fuga de vibraciones sibilantes, un estilo mal extraído del último Teo Carralda que no quita un ápice a la calidad de la composición, ni al sonido, pero que menoscaba la canción en su conjunto restándole brío. Puede que en un directo funcione mientras se le guiña un ojo a la chavala mona de la primera fila en un momento dado, pero en un disco de estudio tanta languidez vocal chirría.

Algo de esto se desprende en deslices puntuales del disco en los que hay tonos que resultan excesivamente melosos, pasos en falso donde no se reconoce con exactitud qué carne se paladea, como ocurre por ejemplo en “Hay alguien más ahí” o en la citada “Extraño”. No obstante, los coros funcionan a la perfección y el nivel general del disco es alto, como era de esperar de una formación que acumula con éste cuatro álbumes en el macuto y que ya ostenta un apreciable reconocimiento de crítica y público a nivel nacional.

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