El disco destila una sonoridad con apuntes electrónicos, ese fuzz guitarrero tan seductor, algunas sombras del trip-hop y las luces del dream-pop, ambientes urbanos, el canalleo de una Blues Explosion y el misterio de soslayo de The White Stripes.
Este esperado trabajo, producido por Martín García Duque (conocido por colaborar con Morgan, The Limboos y Aurora & The Betrayers), y mezclado y masterizado por Eddie Al-Shakarchi en Londres, quien ha trabajado con artistas como Boy Azooga y Michael Kiwanuka, marca un giro audaz y refrescante en el sonido de Swanson, alejándose de las raíces sonoras que exploró con Flamingo Tours, Magnolia y The Rhythm Treasures.
Myriam Swanson no es sospechosa de aparentar algo que no es; va de frente, con unas cartas que descubre con descaro y arrojo. Myriam es víscera (mucha) y es corazón (enorme).
Como la pretensión de Myriam es la de no aburrir, no vamos a comentar una a una cada canción. Es el momento de descubrirlas. A ciegas, sin dilación. Pero como avance, confirmar que en Calígula hay rock. Sí, vaya, qué novedad. “Eso ya lo sabíamos”, dirán algunos.
Lo que desconocíamos (sólo en parte) era el resto: una sonoridad con apuntes electrónicos, ese fuzz guitarrero tan seductor, algunas sombras del trip-hop y las luces del dream-pop, ambientes urbanos, el canalleo de una Blues Explosion y el misterio de soslayo de The White Stripes. Todo ello, bajo la supervisión de Martín García Duque (clave en cómo se sujeta el sonido). Con la misma sintonía e intención que el día que David Byrne conectó con St. Vincent.
Asimismo, la presencia de músicos, todos ellos, contrastados. En ese elenco, y como colaboradores, guitarristas como Riki Frouchtman (Maren, Elefantes, Jarabe de Palo), Pere Mallén (Nikki Lane) o, Jordi Mena (Bunbury), los baterías Charly Sardà (Manolo García) y Juli Manté (El Twanguero), y a las cuatro cuerdas del bajo, Paco Cerezo (Jero Romero) y Miguel de Lucas (Rufus T. Firefly). Luego, la banda en directo, la formarán Martin, Paco, Riki y Charly.
Y como un punto aparte, la voz de Myriam Swanson. Jugando con ella, desde la disciplina y, también, desde la osadía. Sí, cierto, polos opuestos que se atraen. Ella, en esta carretera, mide más el tono y, asimismo, se aventura a experimentar.
Con la que empieza, mezclada por Eddie Al-Shakarchi quien ha trabajado con artistas como Boy Azooga y Michael Kiwanuka, es “Free To Go” (muy sensual y sexual), que no parece la misma que acaba en “Spit It Out”, mezclada por Jim Diamond (Sonics, The White Stripes) y ese aire profundamente neoyorquino.
Ah, ¿y de qué hablan las canciones? Pues de aquello que la atrae, pero también, de aquello que la molesta. Sobre todo, ese cinturón que llevamos a la cintura con tantas reglas y normas. Las del día a día y las que nos impone esa sociedad avara. Como esa cucaracha de Kafka en “Samsa: no queda más remedio que matarla con insecticida, pero produce pesadillas escuchar sus pequeñas patitas en el cristal.
Y luego, claro, el amor y el desamor (cómo sostener ambas cosas), la ansiedad y no saber entablar amistad con la paciencia y, lógicamente las discrepancias internas, qué somos y qué mostramos al exterior. Pues eso, estas son las cosas de Calígula. Y las de Myriam Swanson, una mujer auténtica, soñadora pero realista y que, a la vista de lo que enseña en este disco, demuestra que no tiene miedo a nada. Fuera máscaras, fuera tabúes.
La polifacética artista lo estará presentando Calígula en Barcelona (13 de marzo, La Nau) y Madrid (29 de mayo, El Sol). Entradas ya a la venta en MUTICK.