El Hombre de Negro, del que acaba de publicarse un nuevo disco inédito, será el primer músico al que se le erige una estatua en el Capitolio, un logro que motiva esta conversación con el historiador musical Mark Stielper, coautor de un libro sobre sus letras.
Aunque Johnny Cash esté a dos metros bajo tierra desde hace más de dos décadas, su legado nunca ha parado de crecer y 2024 está siendo un año tremendamente fructífero para ensancharlo aún más e incluso para esculpirlo en piedra.
En abril se lanzó el libro ‘La vida en letras’ (ed. Kultrum), una voluminosa antología de sus composiciones en edición bilingüe –con QR habilitado para tal fin junto al título de cada canción–; en julio vio la luz ‘Songwriter’, un disco inédito que grabó en el estudio de su yerno para ayudar a su familia económicamente y que quedó guardado en un cajón cuando conoció al productor Rick Rubin para crear el álbum ‘American Recordings’; y el próximo 21 de septiembre, el Hombre de Negro se convertirá en el primer músico al que se le erige una estatua en el Capitolio de Estados Unidos.
Momento perfecto para sumergirse en su historia de la mano de Mark Stielper, coautor del mencionado libro (junto a su hijo John Carter Cash) y uno de los historiadores musicales que mejor conoce la trayectoria del artista country más influyente del pasado siglo.
¿Qué ha significado la figura de Cash en la cultura estadounidense?
Johnny Cash es una figura que marcó una época. Musicalmente, por supuesto, fue admirado, influyente y muy exitoso, hasta el punto de que vendió casi 100 millones de discos (y sigue sumando) y ha sido incluido en casi todos los salones de la fama. Pero, en el ámbito cultural más amplio, su vida sigue considerándose inspiradora, un ejemplo del hombre común, cuyas pruebas y triunfos sirven de guía para navegar por la experiencia humana.
Defendió a los que no tenían voz o necesitaban esperanza, ofreciendo lecciones modernas sobre cómo vivir en un plano terrenal, mientras nos guiamos por los mejores ángeles de nuestras almas. Debido a los elementos y logros verdaderamente notables de su vida, Cash se dirigió a personas de todas las condiciones sociales.
Es asombroso lo extendido que sigue siendo su atractivo, más de veinte años después de su muerte. Parece haber «un Johnny» para santos y pecadores, forajidos y honrados, soñadores e infieles. Todos extraen de él sus propios mensajes y lecciones, y las contradicciones inherentes a esos abismos parecen confirmar, no repudiar, su «mensaje», que era bastante abarcador e inclusivo. Bono dijo una vez de Cash: «No canta a los condenados, canta con los condenados, y a veces sientes que prefiere su compañía».
Tras explorar casi todas las facetas posibles del legado de su padre, John Carter Cash llegó a la conclusión de que la mejor manera de «saber» quién era Johnny Cash -si es que eso es posible- era escuchar sus propias palabras. De todas sus muchas señas de identidad, por encima de las demás, Cash se consideraba a sí mismo un compositor. Era un observador, un comentarista del viaje mortal que todos hacemos en este mundo.
Eso es lo que explora el libro ‘La vida en letras’. John Carter y yo intentamos, de alguna manera, encapsular el canon de Cash en las composiciones más representativas. No necesariamente los éxitos, sino las palabras que nos ayudaran a saber cómo Johnny Cash veía y vivía el mundo.
El libro es hermoso y enorme en todos los sentidos, ¿cómo fue el proceso de diseño y de selección de las letras?
Cash era un intérprete magistral, e invariablemente dejaba atónito al oyente con sus versiones de obras ajenas, como «Sunday Mornin’ Comin’ Down» o «Hurt». El criterio para este libro fue sólo su voz. Nada de reflexiones de otro escritor; nada de coescrituras. Sólo él. No diría que el proceso de selección fue fácil, pero cuando las letras se separaron de la música y la instrumentación y los arreglos, cuando se mantuvieron por sí solas, sin ser fusionadas u oscurecidas por la necesaria presentación de una canción, gran parte su vida quedó al descubierto, casi pidiendo ser contada de esta manera.
El viaje biográfico que narra el libro parece reflejarse en las letras elegidas para acompañarlo. ¿Cree que las letras de Johnny podrían dividirse en etapas vitales?
Johnny Cash era una mula de carga (risas). No desechaba nada. Él y yo habíamos trabajado intentando catalogarlo todo durante años, en vano. Me parecía una tarea imposible. Y después de su muerte, el material se encontró por todas partes: en armarios y escritorios, cajas rebosantes, cámaras acorazadas, mesillas de noche, dentro de libros, en sus distintas casas. Y trabajaba exclusivamente a mano. Eso significaba que teníamos relatos de su historia a medida que se iba haciendo, en proceso, con sus cambios y ediciones.
El profesor Brian Dempsey, distinguido historiador público de la Universidad de Alabama del Norte, se encargó del diseño visual. Era experto en evocar el ambiente o la época de la que hablábamos. Y, cada vez que decíamos: «¿Hay una copia manuscrita de esta o aquella letra?», John Carter conseguía dar con ella. Hay temas que recorren las letras de Cash desde sus primeras obras hasta el final de su vida.
Lo que nos esforzamos por hacer fue trazar las líneas a lo largo de todo el camino; desde, por ejemplo, la lección de que las acciones tienen consecuencias en «Don’t Take Your Guns to Town» en 1958, al mismo mensaje transmitido en «The Man Comes Around» más de cuarenta años después. Es un continuum. Luego está la evolución de su descripción de la más fundamental de las emociones humanas, el amor.
Comienza con la inocente firmeza proclamada en «I Walk the Line», luego progresa hacia la abierta maravilla y devoción de «Flesh and Blood», culminando en la madura melancolía de «I Turn Around Twice and You’re Gone», una pieza que atesoró pero nunca grabó, y que se presenta por primera vez en el libro. El lector puede disfrutar de este épico viaje durante todo el trayecto.
¿Podría decirse que Johnny Cash pasó parte de su vida artística intentando escribir una banda sonora para la Biblia?
Cash era nieto y bisnieto de predicadores fundamentalistas de la frontera estadounidense, que se sentían igual de cómodos empuñando una Biblia que una escopeta. Nació en plena Gran Depresión. Conoció la pobreza abyecta y la vida en el «lado desesperado y hambriento de la ciudad». La dureza de la vida formaba parte de su ADN, al igual que su claridad de ideas, que era como la de un cielo despejado. La suya es la historia esencial del éxito americano, y también un cuento con moraleja. Como tal, tiene elementos bíblicos, como la parábola del hijo pródigo, la tentación en el desierto, el amor de una madre, la ira de Dios sobre los malvados y el perdón final y, desde luego, la redención del pecador. Todas ellas están entrelazadas con la psique exclusivamente estadounidense, y por eso resuenan tan profundamente aquí, mucho más, diría yo, que en Europa, donde su arte es bien apreciado, pero sin el contexto espiritual más profundo.
Cash nunca pudo contemplar uno sin el otro; juntos, eran tan fundamentales para su ser que no estaríamos hablando de él aquí si no existiera alguno de los dos. Esta es la razón por la que este mes de septiembre se va a instalar una estatua de Johnny Cash en el Capitolio de los Estados Unidos, en Washington DC, un acontecimiento sin precedentes que sitúa a Cash entre los estadounidenses más venerados de la historia del país. La figura le muestra con una guitarra a la espalda y una Biblia en la mano.
A Johnny Cash se le conoce por sus letras, pero aún más por sus actos. Mucho más que otros artistas. La anécdota de su actuación en la Casa Blanca de Nixon podría ser un buen ejemplo.
La actuación en la Casa Blanca es otro de esos (muchísimos) momentos de la vida de Cash que tiene un significado diferente para casi todo el mundo que lo conoce -o cree conocerlo-. No es casualidad que probablemente no casi no se recuerde a ninguna de las docenas y docenas de artistas que ofrecieron actuaciones en el escenario de la Sala Este, excepto John Cash, de la diminuta aldea rural de Kingsland, en el estado sureño de Arkansas.
Él estaba asombrado de haber sido invitado a presentar su música y la historia de su vida ante el presidente de Estados Unidos y el núcleo del gobierno estadounidense. Llevó consigo a su padre y a todos sus hermanos y hermanas. Habló de su dura infancia, cantó canciones de inundaciones y hambrunas y, por supuesto, espirituales y gospel.
Pero la guerra de Vietnam hacía estragos, y él no se quedó callado sobre ese tema, sin importarle el grupo de políticos que tenía delante, optando también por hablar de paz y recordar a los cientos de muchachos que morían allí cada día. Al final del espectáculo, el Presidente y la Primera Dama -en realidad, todo el público- estaban llorando. Él no quiso permitir que se olvidara a los soldados. Veinte años después escribió «Drive On», la historia de un veterano de Vietnam que seguía sufriendo por su experiencia en la selva, que contiene un verso tan explicíto como «I think my country got a little off track» («Creo que mi país se desvió un poco del camino»).
Esa canción está en el libro. La letra es desgarradora y espantosa, y debe ser escuchada. De hecho, hay un capítulo entero dedicado a la crítica social de Cash, desde el maltrato a los indígenas de Estados Unidos hasta su obra «Man in Black», pasando por los problemas medioambientales y los derechos civiles.
Por ejemplo, Cash visitó el lugar de la masacre de nativos americanos de Wounded Knee en 1890 y testificó ante el Congreso de Estados Unidos sobre la reforma penitenciaria. La versión original de «Drive On», de 1992 está incluida en el nuevo álbum ‘Songwriter’, compuesto íntegramente por temas de Cash, lo cual es un gran complemento para el libro de letras. De hecho, seis de las canciones del álbum aparecen en el libro. Las elegí sin conocer el proyecto del disco. Son algunos de sus mejores trabajos.
En su opinión, ¿cuál es la anécdota más enigmática de la vida de Johnny?
Tuvo una vida increíble. Si no supiera lo contrario, simplemente no creería que un hombre, un autoproclamado «cantante de canciones», pudiera haber tenido tanto impacto y ser tan inspirador simplemente haciendo lo que hacía. Elevó el «entretenimiento» a una causa. Lo hizo imperfectamente -es decir, como lo hace un ser humano- y sin excusas.
Cuando tropezaba, no culpaba a los demás. Creía que podía ser mejor; que nosotros podíamos ser mejores. Compartió su mente, su corazón y su alma. Eso es lo que enseña la lectura de sus letras. No me parece que se lo propusiera. Pero la gente lo escuchaba y aprendía de él.