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Invocando a la bestia – Crónica del concierto de IRON MAIDEN en Madrid

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Las docenas de fans que ayer pasaron el día con gorras (¡y hasta sombrillas de playa!) esperando el momento de la apertura de puertas del Barclaycard Center sufrieron de lo lindo por el calor, pero el sacrificio merecía la pena. Estaban a punto de encontrarse con Iron Maiden, y además en el Día Mundial del Rock. Mejor ambiente, imposible.

Varias horas antes, el convoy de camiones de la banda británica había terminado de descargar el tonelaje del espectáculo más grande de la actualidad en el mundo del heavy metal, «The Book of Souls World Tour», cuya etapa española comenzó el pasado sábado con un concierto apoteósico en el festival Resurrection de Viveiro, y termina el próximo viernes en el Rock Fest de Barcelona, tras pasar por Madrid y Sevilla. La Doncella de Hierro ha actuado muchas veces en la capital (la media de las últimas dos décadas es de una visita cada cuatro años), pero como decía ayer un fan veterano, «cada gira es completamente distinta a la anterior» y por eso anoche hubo llenazo para contemplar la nueva explosión audiovisual de su show.
Los seguidores más tempraneros que empezaron a abarrotar el recinto tuvieron como aperitivo a unos «enchufados», y no lo decimos por los vatios que gastan sus guitarras, sino porque se trataba de The Raven Age, una banda de músicos vestidos de riguroso negro metalero en la que milita el hijo de Steve Harris, el bajista de Iron Maiden.

Cuando Harris padre salió al escenario fue cuando la noche comenzó de verdad. Tras la intro de «Doctor Doctor» entró el arranque a capela de «If Eternity Should Fail» del cantante Bruce Dickinson, muy «aquí estoy yo a mis 58 años», con presencia, poderío vocal y una puesta en escena propia de un ritual de hechicería medieval, allanando el camino para que la banda comenzara a galopar entre ovaciones sobre la línea de bajo (ningún bajo se oye así de fuerte en los conciertos) de Harris con las pantallas gigantes mostrando pirámides aztecas. En cuestión de segundos, se hizo la épica.
Cuernos al cielo, ojos cerrados, cejas arqueadas y bocas mascullando el himno se propagaron como una epidemia en el Barclaycard Center, que recibía la descarga sónica como podía –en las gradas superiores hubo demasiado eco, según nos contaron algunos fans tras el concierto–.
Además del buen estado de forma de sus cuerdas vocales, Dickinson enseguida empezó a lucir físico corriendo de un lado para otro por el escenario, saltando y escalando el decorado. Y es que este cantante, productor musical, escritor, presentador, empresario cervecero (vende la birra «Trooper», en homenaje al hit de los Maiden), piloto profesional de aviación, antiguo miembro de la selección nacional británica de esgrima, ¡uf!… es un culo inquieto de libro.

Sonó «The Red and the Black», un larguísimo tema de su último disco, y el sucesivo goteo de clásicos («The Trooper», con Dickinson enarbolando la bandera británica –¿qué opinarán del Brexit?–, «Powerslave», «Hallowed Be thy Name», «Wasted Years») desbarató cualquier atisbo de crítica negativa acerca de los postureos extramusicales del espectáculo, entre otras cosas porque ellos mismos se lo toman a broma, posando para los móviles con sano cachondeo de vez en cuando. Y por supuesto, porque siempre emociona poder disfrutar de «Fear of the Dark» en directo, con ese momento inicial en el que todo el público corea la evocadora melodía de guitarra, o volverse loco meneando la cabeza junto a la mascota Eddie con «Iron Maiden». Y aunque faltase la más legendaria de sus cabalgadas, «Run to the Hills», después de una invocación como «The Number of the Beast» la inyección de energía que te han inoculado es tan genuina y honesta que sólo te hace desear que vuelvan lo antes posible.

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