BUNBURY Superstar (crónica del concierto en el Palacio de Deportes de Madrid)

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Bunbury2Tras diversas vicisitudes con la programación de su gira por nuestro país, por culpa de un inoportuno desprendimiento de retina de su guitarrista y mano derecha Jordi Mena, superando las adversidades y los obstáculos que le tenía reservado el destino, al fin pudo Enrique Bunbury presentar su último trabajo “Palosanto” en Madrid…

Como un astronauta en infeliz descenso hacia el Planeta Tierra se presentó nuestro héroe en el Palacio de los Deportes, lanzando a quemarropa dos himnos a quemarropa: la canción que abre su último disco: “Despierta”, como invitación al librepensamiento en esta afligida vigilia de las penas y el quebranto, más “El club de los imposibles”. Deseos ficticios de fraternidad humana y la triste Bunburyrealidad circundante, el duro contraste ante nuestras quiméricas plegarias de un mundo mejor. De bruces contra el muro, constatamos musical y filosóficamente lo palpable: el ser humano es un depredador, la mala bestia que cantaban Barón Rojo en “Atacó el hombre blanco”. ‘Despierta’, nada es como antes y como lo habíamos soñado. Enorme sonido como compañero de viaje, con armonías pinkfloydianas arropando todo el trasiego. Impagable la labor de Jordi Mena en su papel de estoico contramaestre a las seis cuerdas, tremendos sus acordes, que se clavaban en la piel, muy bien arropado por un quinteto de auténtico lujo: Álvaro Suite en la guitarra rítmica, un sembrado Jorge Rebenaque a los teclados y el Hammond, más la excelente labor de Roberto Castellanos al bajo y Ramón Gacías a la batería.

“A contracorriente” embarcado en su particular Radical Sonora, Bunbury se puso el mundo por montera, fijando en primera persona, “Mis credenciales”, como coronado cantautor pop, una especie de Johnny Cash en versión baturra, a veces un tanto bunbu3críptico, perdido en símiles y alegorías varias, enmascarado para esconderse de una personalidad sobrada de ego y tendente al exceso, esa ruta suicida que definió Baudelaire como el camino de la sabiduría. “Porque las cosas cambian”, en senderos de Destrucción Mas Iva, ‘porque sabemos hacer del escapismo un  arte, ante la policía de lo políticamente correcto y las buenas costumbres…’ como se encargó de subrayar nuestro protagonista con un video ilustrativo al respecto: de los solemnes desfiles militares en la antigua Unión Soviética, a la represión en la Plaza de Tiananmen, o los antidisturbios españoles soltando leña al personal en la convocatoria “Rodea el Congreso”.

Roger Waters lo ha cantado con inusitada pasión en varios de sus discos más inspirados: desde la ‘Cara oculta de la luna’ a esa gran metáfora orwelliana de “Animals’, pasando por su última y profética obra maestra: “Amused to death”: en resumen, “Los alemanes mataron a los judíos, los judíos mataron a los árabes, los árabes mataron a los rehenes, y esas son las noticias…”, de rabiosa actualidad, “civilizados a mayor gloria del euro, del dólar y la libra, los chelines y los peniques…”. Condenados a la extinción y a un futuro lo suficientemente cruel para devorarnos los unos a los otros. Para entonces, el compositor zaragozano ya había echado un  vistazo al fenómeno de la emigración en “El extranjero”, exiliado a su mundo interior, en un vano intento de “Deshacer el mundo”, trayendo a colación (en versión electro-acústica) aquellas esencias heroicas que le vieron despuntar en la actividad artística. Para luego marcarse “El rescate” de su íntimo “Viaje a ninguna parte”, dibujando el dolor en el gris paisaje de “Los habitantes”, como “Salvavidas” ante un panorama tan hostil.

Así, entre latigazos de puro rock rock sinfónico y atmósferas de country-rock al más puro estilo The Eagles o Jackson Browne, transcurrió lo más hermoso de un show que perdió algo de fuelle transcurrido el ecuador. Embarcado en su privativa odisea personal, atado al mástil de su guitarra acústica, evitando el canto de las sirenas y las redadas en la noche oscura, el encuentro se bunb4grabó para la edición de un posterior disco en directo + DVD, mentalmente todavía inmerso Bunbury en su particular “Hellville de luxe”, pues el ampuloso cantante rindió homenaje a este cardinal elepé desgranando piezas clave como “El hombre delgado que no flaqueará jamás”, “Hay muy poca gente” o “Bujías para el dolor”, ya en los bises, arropado por Quique González. Antes de llegar al tiempo añadido dio tiempo para escuchar varias tonadas más: “De todo el mundo” y “Dímelo otra vez”, y pudimos disfrutar de la pálida versión de Jeanette, “Frente a frente”. Ya no queda nada frente al espejo de la desolación, ligero de equipaje y vacío de intenciones, “Que tengas suertecita…”. Una maravillosa “Lady Blue”, con resonancias del astronauta noqueado y perdido en el espacio que cantaba Bowie en “Space oddity”, marcó el principio de fin, antes de que el baturro artista hiciese su aparición de nuevo de la mano de Iván Ferreiro y juntos abordaran “El cambio y la celebración”, rumbo al “Infinito”.

Qué duda cabe, que Bunbury ha calado hondo en el pop español; pese a todo, hubo de someterse al dictado de la realidad y aceptar una verdad incontestable, la amarga victoria de un artista sin par, capaz de llenar el Palacio de los Deportes en su aforo semi-reducido: 10.000 almas apoyando la causa, con negros telares cubriendo el tercer anfiteatro y tapando las vergüenzas de una escena en franca recesión, con una monstruosa crisis (todavía viva) que se cierne sobre nuestras cabezas. La mencionada “Bujías para el dolor” inyectó cierta adrenalina a un final previsible: “Sácame de aquí” y “El viento a favor” marcaron los últimos compases. Salimos con un dulcísimo sabor de boca. Se nota que estos chicos tiene aprecio por la buena música y las mejores lecturas, aquellas capaces de hacer transcender al ser humano.

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