Los Pixies y el plan perfecto para la noche del fin de mundo

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fin del mundoYa tengo el plan perfecto para la noche del fin del mundo, que será pronto seguro, una de estas. Subiré a la azotea del edificio más alto y desde allí contemplaré, tras una gran cristalera, como todo se derrumba mientras  suenan de fondo los PIXIES, con su  Where is my mind?

Esperaré a que la tierra se abra y recompongan  su traje los muertos. Sacaré un par de botellas de cerveza y vino para festejar los reencuentros. Entonces pondré Debaser, himno surrealista de los duendes de Boston, homenaje a  Luis Buñuel e inspiración de KURT COBAIN, para gloria de NIRVANA.

Puede que muchos , quizá  también ellos –¿quién sabe?–, quieran pasar por mi fiesta al distinguir  Caribou, su contraste entre  suaves melodías, aullidos y distorsión de guitarras,  que permiten, al que escucha, querer y odiar al mismo tiempo,  en un rito de liberación extraño.

Otros despertarán con Frank Black, preguntando a voces qué pintamos en mitad del universo. Otra vez rojo de ira y a la vez templado,  como un profeta que calcula con sus letras el sentido de todo esto. Porque, si el hombre es cinco y el Diablo seis, Dios debe ser siete. Sí,  siete.

Y a mover el esqueleto con ‘Here comes your man’.  Y a cantar el castellano raro de Isla de Encanta: “Hermanita ven conmigo, hay aviones cada hora.  Isla del encanto, me voy donde no hay sufrimiento”. No habrá excusa para nadie con eso de estar hecho polvo. El caso será beber, bailar y cantar hasta que, no sé, enciendan las luces o suene el tema de cierre del local.

Esta semana,  en los conciertos de los Pixies, tengo mi particular ensayo general. Imaginado y sólo con vivos, pero sirve. Cerrar los ojos, abandonarse a  la música, pensar que no falta nadie.

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