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El PRIMAVERA SOUND da mucho ARCO: historia de un experimento sociológico

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PSNunca he ido al Primavera Sound. No por nada en particular, ha sido como algo instintivo, sin pensarlo. Quizá eso me inhabilite para hablar. Pero como la cosa trata precisamente de hablar de lo que no se conoce, allá va.
Tampoco he sentido nunca el impulso de poner a parir al festival ni a sus asistentes. Sí, sí, motivos claro que puede haberlos… pero en mi caso, emerge una gran pereza cuando se trata de criticar fuegos fatuos. Que el moderneo gratuito no tiene tanta importancia, caramba. Vayamos, sin embargo, punto por punto. Primero el festival. SuHipster programación nunca me ha matado, pero en ella tampoco han faltado ningún año 6, 7, 8 o hasta 10 grupos que me alucinan. Y eso, a los festivales que más me gustan, les empieza a costar poder decirlo. Es cierto que el cartel ignora demasiado la escena nacional (algo que llama la atención a los asistentes extranjeros), pero oigan, es una elección legítima a todas luces. Si la organización trata de convertir esta cita musical en turística o de postureo, también es un debate que encuentro poco atractivo. Pero por otro lado están los asistentes. Y antes de ridiculizar sus neuras estéticas, mirémonos a nosotros mismos. Nadie se libra de ser un producto, más o menos excéntrico, más o menos ansioso por llamar la atención, pero productazo al fin y al cabo. Sin embargo, allí hay una subespecie particularmente abofeteable, y lo digo con fuentes muy fiables. No son todos los que van, pero se diría que sí van todos los que son.

Según me cuentan se les reconoce enseguida: pretenciosos, sólo amables y parlanchines cuando se sienten en su salsa, y pésimos drogatas. Diarreica combinación. Pero vayamos a lo de pretenciosos, porque de ahí surgen estas líneas. Nunca he querido entrar en ello sin ir allí y verlo con mis propios ojos, ni siquiera aunque lo hiciera, pero el otro día sentí un pinchazo haciendo zapping. Algunos de vosotros veríais la noticia de Informativos Tele 5, a pie de Parc del Fórum en la edición de este año, en el que la reportera entrevistaba a varios festivaleros (no he localizado el vídeo online). El reportaje sería cutre, vale, pero la muy zorra (léase astuta) se marcó un vacile antológico inventándose un grupo y preguntándoles qué les parecía. Todos cayeron en la trampa. Fue una idea copiada a una cadena estadounidense que puso en práctica la broma en el festival Coachella.

En el vídeo de Coachella se ve claramente que los «inocentes», por muy «listillos» que parezcan, en su mayoría no son más que adolescentes con ganas de encajar y que tratan de salir del paso como pueden (por otro lado, al último le preguntan por un disco inexistente de Two Door Cinema Club, que sí existen, lo cual tampoco es para tanto). Pero en el caso del experimento en el Primavera Sound, se inventaban a unos tales “Fritulini” (no lo recuerdo exactamente, pero el nombre tenía guasa a tope), y los treintañeros a los que escogieron contestaban cual crítico musical. Alguno decía “sí claro, los conozco, son muy buenos y tienen futuro”, otro aseguraba que “no están mal, tienen un sonido muy fresco”, pero la bomba nuclear llegó con una chica que soltó: “Habrá que ver cómo evolucionan, porque tienen toda la pinta de ser el típico one-hit wonder”. Ka-booom.

¿Por qué, criaturillas? ¿Por qué tenéis que saberlo todo, y encima aparentar que estáis sentando cátedra? ¿Por qué esa ansiedad ante la posibilidad de ser un pobre desgraciado que no está a la última? Sí, he visto los vídeos de Primavera Foundation, muy bien por reírse de sí mismos con exageraciones brutales de la realidad del PS. El primero no estuvo mal y en general fueron una buena idea, pero el resultado me pareció de una autocomplacencia decepcionante. Podían haberse salido del tiesto para sorprender. Pero sospecho que con ellos no se carcajeó nadie más que a los propios hipsters (hasta aquí hemos llegado sin mencionar el palabro). ¿Es inocente este refuerzo de la endogamia? Sin importar la respuesta, estamos en las mismas.

Alguno dirá que el reportaje de Tele5 podría estar sesgado. Es lo primero que pensé. Por eso llamé a un grupo de amigos que andaba por allí, y les propuse continuar el experimento. Retorcido, pero interesante. Sin ir de entrevistadores, sólo preguntando cuando surgían conversaciones espontáneas con desconocidos. Pudieron lanzar el reto a unas diez personas. Y hubo dos conclusiones posibles: o el reportaje estaba efectivamente manipulado, o las cámaras sacan lo peor de los hipsters. Una cosa es quedar como un ignorante ante un grupo de amigos, y otra muy diferente mostrar tu modelito a toda España mientras balbuceas un triste “no los conozco… lo siento mucho, no vodvedá a ocudid”. Porque a mis “topos” la mitad les reconocieron no saber de qué banda estaban hablando. Pero, joder, la otra mitad ¡SÍ!

En un Azkena, si le vienes con estas preguntas falsas a CUALQUIERA, arqueará la ceja, se encenderá un canuto y te contestará: “¿Qué coño dices tío?”. En un Viña igual te vacían un mini en la cabeza por listo. Incluso en el FIB, atestado de festivaleros casuales, será fácil encontrar sinceridad. Pero en el Primavera muchos te mirarán con vergüenza, o envidia, quizá con odio. Y ante todo, tratarán de dar una respuesta molona. Quizá no sean «tan así» en la intimidad, pero en el Primavera esa actitud es como una infección que se transmite por contacto visual. Estar rodeado por miles de personas de este pelaje puede tener su gracia, ojo. Ver esas riadas de gente tan sobrada de orgullo (un mal que sufre alguno de los organizadores del festival cuando se enzarza en las redes sociales, por cierto) tiene que ser toda una comedia. Pero después del experimento comprendo mejor a los que dicen que hay ciertos momentos, «especialmente de noche», en los que es difícil no sentir un poco de asco.

Como dice el compañero David Gallardo, de Mercadeo Pop, la cuestión es que “ya no es ni preciso asistir a los conciertos para adoptar una posición pública sobre el artista de turno de cara a la galería, ya sea para adorar hasta el extremo porque así lo dicte Pitchfork, o para directamente denigrarlo hasta límites insospechados, solo porque el nombre no es suficientemente molón. Esto en el caso del Primavera Sound llega a cotas insoportables para el mortal medio».

Otro colega que trabaja en multitud de medios, Carlos H. Vázquez, opina que “el exceso de información y la falta de criterio provocado por las ansias de pertenecer al rebaño, son culpables de una tendencia tan ridícula como peligrosa. ¿De verdad es obligatorio ir a los conciertos sabiéndose todos y cada uno de los discos (rara vez tienen más a de uno) de los grupos más desconocidos? No estaría mal, pero tampoco pasa nada por descubrir y disfrutar de músicas que antes no habitaban en nuestro sentir. La proliferación de “hipsters” en esos saraos ha desembocado en un torrente de falsa sabiduría llevada al extremo, ergo la presión por ser más listo y conocer más que nadie es la mayor referencia”.

Enfados rencorosos, reacciones infantiles negando la irrebatible realidad, incapacidad para soportar la humillación. Así describen mis “topos” dos de los momentos del desenmascaramiento, del “¡inocente!, ese grupo me lo acabo de inventar”. ¿Hilarante? Sí ¿Lamentable? Y tanto. Ahora recuerdo otra reportera genial. No sé si de Tele5 (por cierto, manda huevos que haya tenido que ser Tele5 quien les saque los colores), pero igualmente astuta. Dio un lienzo a unos niños de preescolar para que pintaran lo que les diera la gana, y luego lo colaba en la superchachivanguardista feria ARCO. Los culturetas se detenían frente al cuadro, y opinaban: “Me gusta, los colores denotan madurez”, “el trazo tiene mucha personalidad”, “bla, bla, bla”…

¿Cómo era aquello? Ah, sí… ¡HIPSTERECTOMÍA PARA TODOS!

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