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El aburrido antishow de LANA DEL REY (crónica del concierto en Madrid, 9 mayo)

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Si hay algo excepcional en un concierto de Lana del Rey, sin duda es lo que ocurre en la primera fila. A ella le dedica la mitad del recital, ignorando al resto de la sala durante largos, largos minutos. Un anti-show en toda regla, que aburrió de lo lindo en demasiados tramos y que hizo que bastante gente se marchara de La Riviera sin que la música hubiese terminado.

Otra de las cosas que merecen la pena en una actuación de la norteamericana es su entrada al escenario. Se enciende la luz, ovación. Salen sus músicos, ovación. Se apaga la luz, más gritos. Suena un acorde, histeria. Aparece ella, éxtasis definitivo. Del Rey, morena y vestida de negro, pareció sorprendida por el recibimiento y soltó una pequeña carcajada de incredulidad. Y cuando empezó a cantar, el público cantó más alto que ella.

El estatismo es una seña de identidad escénica de esta mujer. Apenas se mueve cuando canta, y por eso cuando ayer se agachaba o caminaba hacia algún lado los móviles giraban como periscopios para capturar el preciado momento. Sí se mueve más de arriba abajo, es decir, de las tablas al foso de separación con el público. Allí, decíamos, se pasó buena parte del concierto firmando autógrafos (sus fans lo sabían, ¿quién se lleva los vinilos al concierto?).

Su voz, correcta sin más, no dio con tonalidades ni modulaciones de escalofrío, y aparentó cumplir un papel de soprano con gorgoritos de primero de conservatorio, pero con un meneíto de cadera todo arreglado. Otra ovación.

En “Born to die” su interpretación alcanzó algo más de claridad, “Carmen” fue el mejor momento de la velada, y la abarrotada Riviera parecía dispuesta a entregarse. Pero entonces sonó una inerte “God and monsters” para sumir al show en una dinámica soporífera, sin visos de alterarse con el paso de los minutos. Y el parón de cinco minutos para firmar autógrafos y recoger regalos de los fans fue, sencillamente, matador. Cuesta creer que una artista como ella, supuestamente ya una profesional, se quede en su mundo de contacto físico directo con los lanistas de primera fila, pensando que es un momento «súper súper especial», sin darse cuenta de que hay otras dos mil personas que no pueden hacer más que mirar a un escenario vacío de protagonistas…

Después de una anodina y publcitaria «Blue Velvet» sonó “American”, apareció una bandera de barras y estrellas en la primera fila, y al poco ya estaba Lana departiendo de nuevo con sus fieles seguidores. Incluso sus músicos parecían exasperados por los parones, mientras en la sala comenzaba a atronar el murmullo de un gentío aburrido. Luego vinieron “Without You”, «Summertime Sadness», y entonces otro parón, esta vez para un absurdo vídeo autobiográfico, hurgaba en la herida.

El poco carisma de escénico del Rey hizo que su momento de tabaquismo crónico (se fumó un cigarro excusándose en castellano: “Sé que no puedo fumar, pero lo necesito”) quedase de lo más ridículo. Cumplido el trámite de “Videogames” y “National Anthem”, llegó la broma definitiva. Si esto es un anti-show, hagamos un anti-final. Lana bajó por enésima vez al foso, pero esta vez se quedó allí unos veinte minutos, mientras la audiencia, y quizá sus músicos, obligados a eternizar una jam sin pies ni cabeza, se preguntaban si la cosa había terminado. Muchos no esperaron a comprobarlo, y enfilaron hacia la salida sin la menor gana de pedir otra canción. Total, para no verla sobre el escenario…

PUBLICADO POR NACHO SERRANO EN ABC

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