BLACK KEYS, un hit para gobernarlos a todos (crónica de su concierto en Madrid, 28 nov.)

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En sus conciertos, Deep Purple podían no tocar “Smoke on the water” y no pasaba nada. Lo mismo con Led Zeppelin y “Stairway to heaven”, o con Nirvana y “Smells like teen spirit”. Pero si los Black Keys no hubieran tocado ayer “Lonely Boy” en el Palacio de Deportes de Madrid, seguro que una buena tanda de gente hubiera pedido el libro de reclamaciones, y otra se habría marchado maldiciendo a los de Ohio a grito pelado. El del gordito viral es un hit que ha lanzado a la estratosfera la carrera de este dúo, que hace doce años debutaba en Los Angeles ante doce personas, y que ayer parecía arañar el cielo ante dieciochomil.

Una experiencia masiva a la que los Black Keys ya están acostumbrados, no obstante, desde que su búsqueda de la renovación del blues topó hace un par de años con Danger Mouse –la mitad del dúo Gnarls Barkley-, al que se le atribuye gran parte de la autoría de ese nuevo sonido que los catapultó a la fama, a los Grammy, y los alejó del feeling con el que conquistaron a los amantes del blues más crudo y visceral. El productor dio con la tecla, nunca mejor dicho –el nombre del grupo se refiere a las negras del piano, que comprenden la escala pentatónica de mi bemol menor, típica del blues -, y juntos crearon algo nuevo que estalló en las listas de ventas con “Tighten up”. ¿Blues pop? Pues más o menos. Será raro, pero un logro sí que es, oigan.

La de ayer era una de esas citas que más que un concierto, es un acto social. En este había que estar. Si no, qué envidia en la oficina. Aunque sólo sea para grabarse con el móvil haciendo el bailecito de “Lonely Boy”. Bien por los Black Keys. Gran logro de un grupo genuino y que se lo merece. Pero este hit crea una relación engañosa con las masas. No hubo más que verlo ayer.

Hubo cierta euforia con algunos temas, pero siempre muy momentánea, excepto en un grupo de unos 300 fieles apostados frente al escenario. Arrancaron con «Howlin’ for you» con ganas, pero sin hacer estallar el recinto. Y en el cuarto tema, «Same old thing», empezó a hacerse evidente que estos chicos tratan, muy honorablemente, de mantener cierta suciedad primigenia en su sonido. Pero en un gran pabellón esto no acaba de resultar, y en las gradas más lejanas del escenario la potencia no era la misma. Suena otro tema, «Next Girl» y lo mismo. Sólo un chispazo de adrenalina.Pero con «Gold on the ceiling» la cosa se empezó a animar y más gente se unió al núcleo bailongo. Al fin, el concierto se había convertido en conciertazo. «Oee, oe oe oeee!».

Pero no se imaginan lo que ocurrió con «Lonely Boy»: puro poder. Ni un alma se quedó quieta. Eso sí, los que más disfrutaron no sólo este momento sino todo el bolo, fueron esos 300 espartanos fanáticos. El set se quedó en hora y media justa, y fue muy visible el mosqueo de gran parte de la audiencia, que después de unos «Money Maker«, «Sinister Kid», «Ten Cent Pistol», «She’s Long Gone» o «Tighten Up» que sonaron molones pero no matadores, había empezado a disfrutar de verdad cuando el dúo se quedó sólo, en su pura esencia. ¿Por qué llevar una banda de acompañamiento, cuando bises como «Got mine» demostraron que todo es más sabroso al dejar que su increíble compenetración brille como única protagonista del escenario? Seguramente no les pareció adecuado para un estadio, y en eso se equivocan, sin duda. Y nosotros también nos equivocamos, por no haberlos visto en directo antes de que el estallido de popularidad nos impida verlos más de cerca…

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