La cumbre de NORAH JONES (23 sept. Madrid)

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La hija moderna del sitarista Ravi Shankar se lo ha montado la mar de bien. La suya ha sido una carrera en clarísimo ascendente, ganando el respeto de público y crítica con álbumes cada vez más completos, hasta llegar al que anoche presentó en el Palacio de Congresos de la Castellana: “Little Broken Hearts”, uno de los mejores discos de 2012, y para servidor el de mejor portada. Una pieza de doce canciones grabadas a alma abierta, que fluyen como un torrente de amor, desamor, melancolía y esperanza capaces de agarrotar al menos pintado. Y ante una cita en directo con sus canciones, la expectativa era más que alta.
Se llevó la norteamericana a un telonero de lo más apropiado, Cory Chisel, que metió en vereda al público con su folk hasta que salió ella entre una gran ovación, mientras los fans más tardones entraban en el auditorio sacudiéndose los goterones de la primera lluvia otoñal en Madrid. Y salió muy de sopetón, con su banda marcando el primer compás nada más hacerse la luz en el escenario.

En el arranque, su guitarrista pareció invitar a una atmósfera desenfadada dando saltitos al ritmo de «What am i to you?», pero enseguida Norah se levantó de su piano para hacerse duena y señora del Palacio de Congresos con su guitarra roja y su carismática presencia frente al micrófono, haciendo que el pop ligeramente psicodélico de «Little broken hearts» lo inundase todo. Siguiente canción, siguiente instrumento. Norah se pone al órgano y nos lanza «Say goodbye» con una deliciosa armonía cuajada en quién sabe cuántos ensayos.

Su música, adornada por un escenario decorado con palomas de papel colgantes, empezaba a invitar al abandono del cuerpo pero ahí volvió a salir el saltarín de su guitarrista para hacer que «Take it back» fuese más terrenal, más pop-rock. Sin embargo, el blues, el country y el tremendismo a la Waits empezaron a asomar en el show, dejando constancia de la versatilidad de esta artista, en la que todo parece fluir con una facilidad que hace preguntarse si realmente está suponiendo un esfuerzo para ella.

Anoche enlazó un tema tras otro sin dejarse más respiro que para sendos fugaces «gracias» en castellano, cosa que no provocaba el menor desaliento en su banda, cada vez más cómoda y crecida con los aplausos del público, extasiado con el roce de la perfección que alcanzaron interpretaciones como la de «Black», o el alucinante «Hickory Winds» de Gram Parsons a pachas con los teloneros. Si otras veces veíamos en ella un diamante de talento, ahora admiramos a una curtida obrera de las buenas canciones que sólo necesita hacerse con un par de registros vocales más para llegar a su cumbre.

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