Crónica del concierto de THE PAINS OF BEING PURE AT HEART en Madrid (9/1/2012, Joy Eslava)

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Un concierto que estuvo bien, pero bien muy a secas. Y ya deberían haber crecido un poquito más. O quizá no puedan. Quizá esta banda neoyorquina que asegura orgullosa haberse convertido «en los U2 del indie”, haya tocado techo. Un techo que se ha quedado muy bajo para las expectativas que desataron al debutar hace ya tres años. Sus canciones no están nada mal en disco, pero al directo de Pains of Being Pure at Heart, uno de los mayores fenómenos del pop-rock shoegazer de los últimos años, se le debe exigir mucho más a estas alturas. Han venido a tocar a nuestro país infinidad de veces en los últimos meses pero siguen dando el mismo concierto del primer día, timorato, lánguido en exceso, sin comunicación con el público –imperdonable dada su insistencia en volver por aquí- y lo que es peor: con una voz desafinada hasta el dolor ya no de sus corazones puros, sino de los tímpanos del respetable.

El cantante de este grupo, al que más de uno le encantaría dar una colleja para que espabile cuando sube a un escenario, a veces hace pensar que haría bien en buscarse un sustituto. Indudable es que su tono tristón y tímido es base fundamental del sonido e incluso de la estética del grupo, pero pardiez, más de dos discos llorando al micro de este modo pueden hacerse insoportables, especialmente si en directo la afinación es tan espantosa como la articulada a duras penas anteayer en Joy Eslava.

Comenzaron ante una sala casi llena –admirable, siendo lunes- descargando sus hits más bailables: “Belong”, “This love is fucking right” “Heart of a heartbreak” y “Heaven’s gonna happen now”. Un cuarteto de súper-hits del indie mainstream –todo es posible, ya- que en principio parecía la mejor forma de crear un fuerte impacto inicial que dejase sin aliento a la audiencia, guiándola hacia la juerga sin remedio. Pero ante la actitud del grupo -Kip Berman ahora empieza a animarse con los guitarrazos pero le siguen quedando ñoños, aunque se agradece el intento- y un sonido inofensivo, sólo un puñado de incondicionales se dejó llevar. Tiro por la culata, cartuchos malgastados. Porque después vendrían los obligados cambios de dinámica, con temas menos potentes que dibujaron un electrocardiograma plano durante demasiados minutos.

Cuando se alcanzó la primera hora de actuación se hizo evidente, dado que los hits ya se habían despilfarrado, que la cosa no daba para más. Ni el grupo iba a revolverse sobre sí mismo, ni el público tenía ganas de remontar el partido. Así que los neoyorquinos, tras interpretar un par de rarezas, cerraron con la ruidosa “Strange” dignamente -en total, 75 minutos de bolo-, pero probablemente con la cabeza puesta en el resto de ciudades que les esperan (hoy Sevilla, mañana Granada, el viernes Barcelona).

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