Crónica – Concierto de JUDAS PRIEST + MOTORHEAD + SAXON (Madrid, 30 julio 2011)

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DULCE EPITAFIO PARA LOS DIOSES DEL METAL

En la supuesta despedida de los escenarios (estamos a la espera de de la edición del postrero álbum “Epitaph”, que se prevé para 2012) JUDAS PRIEST volvieron a demostrar el porqué de su leyenda, el de los creadores del heavy-metal como estilo diferenciado del hard-rock, que siempre fue en paralelo. Sembrados como nunca, especialmente Rob Halford (cuyas cuerdas vocales relucieron como un diamante cortando el acero, Glenn Tipton (sentando cátedra como de costumbre a lomos de esa colección rutilante de guitarras Hammer) y Scott Travis (cuya batería sonó como un bombardero), hacía tiempo que no veíamos relucir así una percusión, con esa calidad en la ecualización, secundados en todo momento por el nuevo guitarrista Richie Faulkner (que lucía como K.K Downing hace veinte años) y se aplicaba sabiamente al dicho de que menos es más cuando llevas el timón con la guitarra rítmica: tocar lo justo, con mucho overdrive y unos bendings estupendos, muy bien matizados los riffs y sin acelerarse, ni pretender ser Yngwie Malmsteen, ya que afortunadamente los Dioses del Metal van de otra movida.

A las siete y media de la tarde, SAXON iniciaban el festín. Un aquelarre salvaje a cargo de una banda curtida el la materia, que a lo largo de su prolífica carrera ha tocado todos los palos, desde el rock motorizado de sus inicios pasando por el metal épico, al hard rock de tesituras melódicas (de mediados de los ochenta) y hasta el power-metal (en los años noventa). Hicieron un repertorio sin concesiones, como viene siendo habitual, de guitarras como cuchillos y disparos secos, que rompen el silencio de la noche. A destacar: “Dogs of war”, “Heavy metal Thunder”, “Never surrender”, “Season of bullet”, “Motorcycle man”, “And the bands placed on”, “Crusader”, “Princess of the night”, “Denim & leather” y “Wheels of steel”… con un repertorio así, huelgan las palabras. Tras ellos, Lemmy Kilmister, Phil Campbell y Mikkey Dee, pura seda y pura lija, cuyo líder (con su habitual voz rota) nos espetó de inicio: “We’re MOTORHEAD and we play rock’n’roll”. El Murder One rugió con más fuerza que nunca y vomitó pura lava volcánica en forma de canciones, clásicos de la talla de: “Iron fist”, “Stay clean”, “Over the top”, “In the name of tragedy”, “Going to Brazil”, “Killed by death”, “Ace of spaces” y “Overkill” que no dejaron indiferente al personal.

Con la adrenalina ya a cien, la descarga de JUDAS PRIEST fue harina de otro costal. La excelencia hecha ROCK con mayúsculas, el olimpo de las guitarras como elefantes y los truenos del olimpo golpeando sin piedad a los mortales en cortes para relamerse como “Rapid fire”, “Metal Gods”, “Heading out the highway”, “Judas Rising”, “Starbreaker”, “Victim of changes”, “Never satisfied”, “Diamond and rust”… unas gemas inasequibles para la inmensa mayoría de los pálidos combos de hoy en día. Solo una nota negativa, los audiovisuales proyectados en la pantalla central eran manifiestamente mejorables. Tiempo para las cábalas en el ecuador del evento (nuestras apuestas sobre el repertorio y las visiones apocalípticas de la banda) con un Nostradamus que hacía su aparición estelar lanzando su profecía, y más leña al fuego con “Night crowler”, “Turbo”, “Beyond the realms of death”, “The Centinel”, “The Green Manalishi”, “Breaking the law” (con un pequeño solo de batería adjunto) y la rabiosa “Painkiller”.  Fin de fiesta por todo lo alto con las dos consabidas tandas de bises, “The Hellion / Electric Eye”, “Hell Bent for Leather” primero, y tras el enloquecedor aullido del respetable, “You’ve got another thing coming” y “Living alter midnight” que pusieron el broche de oro a una velada inolvidable.

Huelga decir que disfrutamos como niños en una plaza súper abarrotada, como no veíamos desde hacía muchísimo tiempo. El recinto (pese a abrir su techo retráctil) se convirtió el día de autos, en pleno estío veraniego, en un gran cocedero, si no de mariscos, sí de rockeros curtidos dispuestos a darlo todo, una verdadera olla a presión de sudores y elixires varios, regados con toneladas de cerveza en un interminable desfile de minis en la plaza. Que gozoso es el rock’n’roll !, sudoroso y grasiento, que nos permite evadirnos de nuestras miserias cotidianas y olvidarnos, aunque sea por unas horas, del criminal sistema financiero internacional y de esa crisis caníbal (provocada por la avaricia de especuladores sin escrúpulos) que amenaza con devorarnos como Neptuno fagocitaba a sus hijos. Los Dioses del Metal cabalgan de nuevo por el firmamento. La salvación puede esperar pero nuestros bolsillos no (60 euros por cabeza), bebida aparte, es el coste de una orgía de rock’n’roll. Que no solo de pan vive en hombre. En esta ocasión, podemos decir, bien alto y bien claro, que la cita mereció la pena.

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